Fuera del atlas, en un plano que nadie sabe situar exactamente, están los lugares que no existen. No me refiero a las utopías como las de Tomás Moro, sino a ciudades o países presentes en el imaginario de muchas personas, lugares de los que se habla sin cesar y sobre los cuales se cuentan todo tipo de leyendas, tanto urbanas como rurales. Pienso por ejemplo en Coaxacoalcos, Veracruz. El puerto del cual, según se cuenta, salió para siempre de México un dios, mitad hombre mitad serpiente, llamado Quexalcoatl, muy venerado — dicho sea de paso— por el famoso emperador Montezuma, sobre el cual se han escrito y publicado tantos libros. Para muchos cubanos, Egicto es un país situado en medio de Arabia, donde vivió una jeva de impresionante belleza llamada Cleopatra.
El año pasado, muchos mexicanos salieron a protestar al Ángel de la Independencia por la masacre de Ayoxinapa, en la que fallecieron más de 50 mil estudiantes. Ni qué decir de Chapas, el estado en el que se levantaron los indígenas tzetzales y xochiles, del que tanto se habló durante los años noventa. Para los españoles, por ejemplo, existe un país en América del sur llamado Méjico, donde habita una raza muy salvaje de sudacas. Los franceses conocen un país muy similar en el cual se habla mexicano, fronterizo con países cuya lengua es el peruano y el brasileño.
Esos lugares que no existen tienen sus propios pintores y sus movimientos artístico-literarios. Bangó por ejemplo, el pintor de los girasoles, que muchos confunden con un famoso percusionista africano; José Luis Borgues, el célebre escritor argentino que le gustaba a Vicente Fox, o la escritora portuguesa Sara Mago. Hay quienes aseguran haber pasado meses leyendo El dinosaurio, de Augusto Monterrosso. Confusio es otro de esos personajes inexistentes. Se trata, como bien lo describió una modelo durante el concurso de Miss Universo, de “un chino-japonés que inventó la confusión”.
Entre los movimientos artísticos inexistentes más conocidos está, por supuesto, el subrealismo, que no debe confundirse con el surrealismo de André Breton, sino con el inframundo y todo lo que éste tiene de extraordinario e inverosímil.
Para llegar a esos lugares fabulosos no hace falta subirse a ningún avión. Están más cerca de lo que imaginamos. Basta con cerrar los ojos y escuchar por un momento el murmullo incesante de la gente que perora ya sea en los restaurantes de moda, en la radio, en la cámara de diputados o en la televisión.