Midnight, our sons and daughters/Were cut down and taken from us/Hear their heartbeat/We hear their heartbeat.
U2
El 18 de abril de 1975, la policía detuvo a Jesús Piedra en Monterrey; luego fue entregado a agentes de la temible Dirección Federal de Seguridad y ahí se le perdió el rastro. Jesús estudiaba medicina; fue acusado de ser miembro de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Su madre, doña Rosario Ibarra, lleva cuarenta años buscándolo. Yo conocí a doña Rosario a mediados de los noventa, cuando ya simbolizaba nuestra Plaza de Mayo, nuestra Madre de los desaparecidos. No recuerdo exactamente las frases que me dijo aquella vez que la entrevisté, pero me acuerdo que hablamos de que los peores fantasmas son los que uno no entierra. Después la acompañé al Pedregal y, frente a la casa del cabrón de Luis Echeverría, gritó por enésima vez Vivos se los llevaron, Vivos los queremos.
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En ese entonces, el Comité ¡Eureka! —la ONG que doña Rosario fundó en 1977 junto con otras madres— era la única referencia que había en México sobre las desapariciones forzadas y sus pronósticos no eran halagüeños: el Estado (policías, militares, marinos, funcionarios públicos, pero también el crimen, empresarios y toda esa plaga que ha acabado por anular al mundo tal como lo conocíamos) seguiría desapareciéndonos. Lamentablemente, doña Rosario ha tenido razón: el propio gobierno llegó a calcular 27 mil desaparecidos entre 2006 y 2012, los años de la guerra que desató Felipe Calderón por controlar el mercado de las drogas, aunque hace poco el señor Osorio Chong, ese que sólo sirve para hacer del país un lugar más desgraciado, dijo lo que ya sabíamos: que los números son resbalosos.
Al Estado no le interesan los vivos, menos nuestros desaparecidos. Basta recordar a doña Margarita Santizo, quien pidió que fuera velada frente a la Secretaría de Gobernación para que los funcionarios recordaran que, desde 2009, llevaba buscando a su hijo Esteban, un agente federal que desapareció en Michoacán. La voluntad de doña Margarita fue cumplida el 17 de octubre del año pasado. La escena, escribió Juan Villoro, era una alegoría para un país donde la política amenaza con transformarse en un rito funerario.
El sábado pasado, en El Universal, doña Rosario escribió:
“El médico me ha dicho que con los años mis venas se han ido endureciendo y esto ocasiona que mi presión suba. ¡Ah qué doctor!, le digo que no es eso, la razón es que mi sangre lleva hirviendo muchos años (…) Este 18 de abril se cumplen 40 años de que el mal gobierno de México se llevó a mi hijo Jesús. (…) 40 años después veo con gran dolor que el aparato represivo prevalece intacto, gobiernos han ido y venido y la desaparición forzada continúa, la tortura sigue (…)Tengo la certeza de que nunca vamos a obtener justicia de un gobierno que es el perpetrador del crimen. Desafortunadamente las familias de los desaparecidos no hemos tenido la “fuerza de las masas” (…) pero aprendimos a sofocar el miedo y a seguir luchando (…)
Doña Rosario, doña Margarita y miles de nombres más que hemos visto pelear son la luz, aun en su oscuridad, y hay que seguirlas. Ellas son nuestras madres. Tengo fe que de ellas (de las de Juárez, de las de Ayotzinapa, de las de Cuernavaca, de las de Ecatepec…) saldrá esa madre que México necesita para reconciliarse y acabar con estos malos gobiernos que nos persiguen como si fuera una maldición.
Gracias, doña Rosario. Gracias a todas las madres de los desaparecidos por enseñarme a no quedarme callado. Y lamento mucho la indiferencia de las masas.
(Alejandro Almazán)