Son madres sin hijos. No es un oxímoron, se trata de madres mexicanas a las que les arrebataron más de la mitad de su vida, tal vez toda: sus hijos. Madres desquiciadas por el dolor de no saber dónde están a quienes dieron a luz.
Las locas, así se dicen ellas mismas. Recientemente hablé con una de ellas: “Sí, ya sé que parezco una loca porque a veces río con mis sobrinos y sus caritas, y a veces lloro sin control porque no sé dónde está mi hijo. Lloro porque no sé si ya me lo mataron, si su cuerpo se lo están comiendo los animales del monte. A veces creo que vive y me pregunto si ya comió, si tiene frío, si me lo están golpeando o si se escapó o si me está buscando. No es que apenas me esté volviendo loca porque a ratos río y a ratos lloro. No, ya estoy loca; lo he estado desde hace siete años”. Su nombre es Guadalupe Aguilar. A su hijo lo desparecieron en Tonalá, y no recientemente, sino que “se lo llevaron desde el 17 de enero de 2011”. Siete años volviéndose loca. Hay madres sin hijos que llevan locas más tiempo.
Algunas de ellas vinieron a la CDMX, la ciudad que, aunque no parezca, sí tiene madre —bueno, por lo menos un monumento dedicado a ellas—. Vinieron de varios estados a gritar que quieren de vuelta a sus hijos. Marcharon de ese monumento rumbo al Ángel de la Independencia el pasado 10 de mayo. Sí, hubo chilangos que marcharon junto a ellas. Conversé con algunos, dos de ellos me pidieron mantener en el anonimato su identidad. Comienzo con lo que me dijo un joven: “Estas madres son también nuestras madres. Su dolor debería ser el dolor de todos los mexicanos. Si somos indiferentes a su dolor estaremos normalizando los delitos que nos pueden alcanzar a nosotros”. Y sigo con lo que me dijo una mujer: “Estoy aquí porque no quiero que desaparezcan o asesinen a mis hijos. Tengo dos, muy pequeños. Trabajo cerca de aquí haciendo limpieza y me escapé un ratito para gritar con ellas, para que nos oigan”.
Los chilangos hemos sido desde siempre sensibles y chingones a la hora de ayudar al que la está pasando de la chingada. Pensemos: ¿qué hemos hecho para que a estas madres les lleguen sus hijos de vuelta y les hagan justicia? ¿Somos de los que dicen: “Ya nos toca a todos”, “Hay que aguantar, ni modo, no hay de otra”? ¿Ya no tenemos dignidad?