Las posadas de oficina son una representación exacta de lo que ocurre en los peores círculos del infierno de Dante: hay crujir de dientes, aullidos, cánticos escalofriantes y gemidos ensordecedores. También se baila “La boa”, con coreografía de trenecito de empleados de contabilidad incluida: una calamidad tan espantosa que ni al sádico de Alighieri se le pasó por la cabeza en su época.
Tengo la costumbre de reportarme enfermo cada vez que me invitan a una posada, porque una de mis pesadillas recurrentes de que me toque la pantalla plana de última generación que siempre rifan y termine obligado a encabezar el trenecito de “La boa” para festejarlo. Sin embargo, este año no pude rechazar la convocatoria a una específica porque tenía la esperanza de que convencer a uno de los anfitriones de que me pagara un dinero que me adeuda desde agosto (y que se suponía que me iba a llegar a tiempo para comprarles los útiles escolares a mis hijas). Tuve, pues, la mala idea de acudir y la peor de llegar tarde, a ver si los bailes habían sido ya aniquilados por el alcohol. Fue un error fatal. Mi deudor estaba ebrio, sí, pero dedicado a bailar canciones de Rigo Tovar con una contadora que se meneaba como si estuvieran a punto de sacrificarla a Huichilopotzli.
Debí permanecer en una mesa, en espera de que el sujeto terminara de ejecutar sus danzas de apareamiento simbólico (o no tanto) y quisiera refrescarse el buche con una cubita. Mientras eso sucedía, los contadores reunidos en la mesa sostenían un turbio debate político. En lo único que estaban de acuerdo es en que el estudiante mexicano que irrumpió en la entrega del Nobel de la Paz a Malala Yousafzai, la joven activista paquistaní, era un igualado y un naco. “Para una vez que México sale en las noticias y resulta que es porque un chairo se metió a protestar”, decían. Luego de esto, y sin solución de continuidad lógica, se pararon a bailar una del “Buki”.
Me serví una cubita y esperé. Al fin volvieron todos a la mesa. El tipo reconoció su deuda y ofreció pagarla en febrero próximo (total, ese mes son las inscripciones escolares). Mientras yo buscaba desesperadamente en el celular una aplicación que lo desintegrara, la discusión política volvió a arder. Algunos pedían que al espontáneo compatriota lo metieran a la cárcel en Noruega, lugar de los hechos. Otros, que lo extraditaran y lo encerraran mejor en el Altiplano, para que viera lo que es bueno. Ninguno, y remacho, ninguno de ellos reflexionó durante un minuto sobre el motivo de que el tipo se haya metido a una ceremonia a protestar. Ninguno recordó a los más de cien mil muertos, los miles de desaparecidos, el caso de Iguala, la flagrante corrupción política: nada. Puros bufidos desdeñosos, como si los noruegos ofendidos fueran ellos.
Iba a responderles algo pero todos corrieron de nuevo a la pista, donde sonaban a las satánicas notas de “La boa”.
(Antonio Ortuño)