Asegura Fernando Savater que los malos y los malditos son dos formas bastante diferentes de resultar culpable. Los verdaderos malos, asegura el maestro de ética, son así porque quieren, podrían ser buenos pero eligen fastidiar al prójimo, abusar de los débiles y apoderarse de lo que les gusta sin respetar a nadie. Los malditos, en cambio, abundan mucho más, son los que quisieran ser buenos pero no reciben guía, educación, oportunidades, son rechazados. Son, dice Savater, buenos con mala suerte. Los malos se hacen solos, los malditos son producto de la sociedad.
El Chapo Guzmán mira a la cámara del celular de su propio hijo, Sean Penn no lleva celular ni cámara, lo mismo que sus acompañantes. El capo tiene los hombros relajados, se ve un poco cansado, pero su voz es natural. Esa camisa florida color azul abriga a un hombre que ha ordenado masacres, asesinatos, atentados. A un hombre experto en agronomía y economía que ha sabido tejer las redes criminales más sólidas de la historia reciente. Es un profesional del crimen, de la política que en los últimos años ha vivido como lo hiciera Pablo Escobar, huyendo, mal vestido, imposibilitado para disfrutar de los beneficios materiales de su empresa ilícita. Asegura que se integró en el mundo de las drogas a los 15 años, un chiquillo sin oportunidades. Tal vez en realidad los primeros años de Joaquín Guzmán Loera fueron aquellos de la formación de un maldito, un chico ambicioso sin la educación que merecen todos los niños del país y que sólo 2 de cada 10 reciben. Pero sin duda llegó un momento en que el poder le permitió tomar decisiones. Comenzó a lavar su conciencia haciendo obras de beneficencia en diferentes comunidades, imitando a los políticos paternalistas que a cambio de una limosna, de una callecita, de luz o agua, de la construcción de una escuela, se van ganando la impunidad y una admiración maltrecha.
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El “sí roba pero ayuda” no solamente aplica a los gobernantes, también a los criminales. Hay tratantes de mujeres que aseguran que son buenos porque dan oportunidades económicas a sus víctimas, en contraparte hay víctimas y políticos que lo creen cada cuál por intereses y motivos diferentes. En esa paradójica confusión de los malos y los malditos, los que eligen destruir, corromper, matar, amedrentar, lavar dinero, robar, están unidos a algunos políticos y los criminales organizados.
Cuando en 2012 Kate del Castillo escribió su famoso Chapotuit, simplemente expresaba esa sensación que millones de mexicanos tienen: cada vez es más sutil la frontera entre la delincuencia organizada y la política delincuencial. Imposible generalizar, no todos los políticos son criminales, ni todos los criminales saben insertarse en el Sistema Político; pero los liderazgos de esta vinculación son tan evidentes que resultan suficientes para sentir que esta fórmula del narco-estado llegó al México postmoderno para quedarse. Cuando Kate escribe desesperanzada que confía más en el Chapo que en los políticos, expresa algo que millones piensan: Guzmán Loera es un criminal profesional, un empresario de las drogas experto en comprar conciencias y autoridades desde Estados Unidos hasta Nigeria, pasando por Italia y llegando hasta Australia. Él no pretende ser otro ¿o acaso si? Tal vez él quiere cambiar su historia aunque los hechos lo contradigan; pero sin duda toda la sociedad desea conocer sus tratos políticos, bancarios, migratorios; las estrategias de globalización de su imperio y sus contradicciones emocionales. Su encuentro con Sean Penn y Kate del Castillo respondía a una entrevista para preparar la síntesis del guión para una película que pretende contar una historia. Ambos actores y productores ejercieron su libertad de expresión y, nos guste o no, el Chapo también; porque ser prófugo no impide el ejercicio de los derechos sobre libertad de expresión e información. Como miles de comunicadores, Sean y Kate quedaron fascinados con el personaje, tal como se fascinan los adeptos a entrevistar a los políticos usureros, incluyendo al Presidente. Fascinados, sí, pero no seducidos, ambos saben que detrás del Cártel de Sinaloa hay sangre, muerte, sufrimiento y corrupción. La historia no se ha contado todavía y sólo los testigos podrán revelarla en su totalidad. Esperemos.