Que la realidad no se transforma por decreto ni por modificación de leyes parece verdad de Perogrullo. Pero para los tiempos que corren suena más a verdad revelada. O lo que es lo mismo: hay quienes no entienden que de sumar voluntades en un ejercicio narrativo común… está hecha la transformación de la realidad.
Pocas veces me había topado con tanta gente dispuesta a aplaudirle algo al Gobierno de la Ciudad de México. Contra todos mis pronósticos, el nuevo Reglamento de Tránsito está provocando conversaciones de apoyo, a veces de fervoroso apoyo, “a la autoridad” (sí, ya sé que hay muchas más quejas, burlas y abiertos desacatos, pero eso es normal, otra vez, para los tiempos que corren). Sólo que alguien no está sabiendo aprovechar esa buena (y escasa) voluntad de apoyo.
Me parece bien que vayamos a menor velocidad, porque ya me explicaron que si atropellas a una persona y vas a 50 km por hora es más difícil que la mates (macabra lógica, pero si funciona… que funcione). Qué bueno que ya no debas ir papando bites con el celular en la mano mientras manejas, porque nos estábamos convirtiendo en embrutecidas máquinas rodantes. Celebro que los peatones tengamos derecho de decirle al automovilista lo que está haciendo mal (aunque de paso me miente la madre). Y hablando de mentadas de madre, es ridículo que se tenga que asentar en la ley que está prohibido insultar a la autoridad, pero pues por algún lugar debemos comenzar.
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Fragmentos de muchas conversaciones, tomadas de un entorno de clase media y urbana, con deseos de que el ordenamiento de la convivencia sea real. Hasta que afloran los peros: peeeeero, la policía sigue siendo la misma de siempre; peeeeero, las fotomultas son injustas y aparecen a destiempo y no son ciertas; peeeeero, llegada la noche la ciudad se convierte en territorio de nadie; peeeeero, no hay suficiente autoridad para que esto camine; peeeeero, los microbuses y el transporte colectivo siguen haciendo lo que les pega la gana; peeeeero, las motocicletas invaden banquetas y alimentan el safari urbano; peeeeero, los ciclistas siguen abandonados a la buena de Dios, salvo en las zonas más ‘hipsteriles’ que han peleado por confinar carriles. Aparecen los peros, pues, y con ello queda claro que el incipiente entusiasmo clasemediero es tan frágil que hasta provoca #ternurita. Así las cosas.
En éste, como en muchos otros temas, al gobierno del Dr. Mancera le ha faltado convocar a la ciudadanía a ser parte de los esfuerzos de transformación, a reconocer que solo no puede, a tender la mano para articular una narrativa común. A comunicar, pues, no sólo a informar. Y espero equivocarme, pero temo que en unos meses estas conversaciones de apoyo espontáneo se habrán transformado en otro mñññññññé, nuevamente no pasó nada.
Ojalá no sea cierto.