Los políticos, todos, necesitan contar con un personaje que los represente en la esfera pública, una identidad que los haga únicos a los ojos de los ciudadanos. El problema para Miguel Ángel Mancera es que todavía no encuentra el suyo.
La confusión se debe en parte a que Mancera decidió romper con la historia. Desde 1997, con la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas, y después con López Obrador y con Ebrard, se estableció una regla no escrita: el gobernante de la capital era un contrapeso al poder presidencial.
Los primeros Jefes de Gobierno construyeron su identidad a partir de su oposición, y a eso, agregaron banderas que los colocaron como referentes nacionales. De esas batallas nacieron las conferencias mañaneras del Peje o las escapadas de Ebrard en los eventos oficiales para evitar la foto con Calderón. Toca a otros decir si esas estrategias políticas fueron buenas para la ciudad, pero en términos de comunicación resultaron exitosas.
Miguel Ángel Mancera decidió recorrer la ruta contraria. Desde el principio fue cordial con el presidente Peña Nieto, apostó por el trabajo conjunto y confió en eso de que la gente premia más la cooperación que el conflicto. Tal vez en términos económicos la apuesta fue buena. Ahí están el fondo de capitalidad y otros recursos que terminaron en las cuentas de la ciudad. El problema es que en términos de comunicación política la estrategia ha fallado.
Por un lado, porque su aliado se ha caído en las encuestas. Un estudio publicado esta semana en El Universal muestra que sólo uno de cada cuatro mexicanos considera que el país va por buen o muy buen camino. En contraste, 48 por ciento -casi uno de cada dos- considera que el país va mal o muy mal.
Por si fuera poco, el Gobierno Federal ya está en campaña para revertir esa mala percepción, y en ese viaje no piensa llevar de compañero de viaje al gobernante de la capital. La prueba está en la rudeza con la que reaccionó a su propuesta para elevar el salario mínimo. El gobierno no sólo no le hizo segunda sino que sentó en la misma mesa a empresarios y sindicatos para descalificar al GDF como interlocutor y todavía esta misma semana, el Gobierno Federal filtró a Milenio que el tema era suyo, no de Miguel Ángel Mancera.
A eso se suman las gestiones del priismo capitalino para hacer un frente común con el Panal, el Partido Verde y Acción nacional, para arrebatar posiciones al PRD en la próxima elección. ¿Y ése es el gran aliado del GDF?
Sin una alianza que presumir y sin una bandera nacional que enarbolar, el Jefe de Gobierno debe acelerar la búsqueda de su personaje antes de que el tiempo político lo deje fuera de los reflectores y ya sea demasiado tarde.
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(MARIO CAMPOS / @mariocampos)