El jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera está a punto de sortear el que ha sido, hasta hoy, el momento más complicado para su administración en términos de imagen y opinión pública. Durante tres semanas, la figura del gobernante capitalino ha sido el blanco favorito de muchos que le exigen “usar la fuerza pública”, contra los provocadores profesionales de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación que han desquiciado la Ciudad.
La vida de millones de capitalinos se ha visto afectada por unos cuantos que, con el pretexto de su negativa a la reforma educativa, pretendieron generar un ambiente de desestabilización. No pocos tacharon de “tibio” a Mancera. Varios le cuestionaron su capacidad como jefe de gobierno por “no poner orden”, aún cuando el asunto lo rebasaba: no era facultad suya atender o no las demandas de los maestros, tampoco negociar con ellos, ni mucho menos incidir en el tema educativo. Poco saben que Mancera valoró varios escenarios y optó por la prudencia, frente a los violentos maestros de la CNTE.
Aún con buena parte de la opinión pública presionándolo, el gobernante capitalino hizo cálculos y su decisión fue clara: asumir el costo político de no usar a la policía para ir a una confrontación con quienes secuestraban las calles.
Desde el inicio de la crisis magisterial, Mancera encargó evitar la violencia a dos funcionarios a quienes considera no sólo buenos operadores, sino hombres de toda su confianza: Héctor Serrano, secretario de Gobierno capitalino y Jesús Rodríguez Almeida, secretario de Seguridad Pública del DF. Ellos son quienes, desde el día uno, han mantenido informado minuto a minuto al jefe de gobierno. También, desde el primer momento, Mancera y el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, han tenido comunicación constante. El diálogo entre ambos se volvió cosa de todos los días e incluso, durante el amago de secuestro al Aeropuerto capitalino, fue permanente.
El intercambio con Osorio Chong, permitió a Mancera contar con información que apuntaba a que, detrás de la protesta magisterial, estaría el financiamiento de células del Ejército Popular Revolucionario y la corriente Izquierda Democrática Nacional, que encabeza René Bejarano, quienes estarían apoyando en la logística y operación diaria (con víveres y recursos) el plantón.
Mancera, con información de la Secretaría de Seguridad Pública del DF, la Secretaría de Gobernación y el Cisen, calculó que usar la fuerza pública derivaría en un baño de sangre. Las áreas de inteligencia local y federal, reportaron –desde las primeras horas de las llegada de los maestros al Zócalo- que dentro del plantón había armas y grupos infiltrados que en nada tenían que ver con lo educativo.
Así pues, Mancera descartó un enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre maestros y policías. A pesar de las críticas que ha recibido por no usar la fuerza pública, el jefe de gobierno logró evitar que la violencia escalara. Actuó con prudencia frente a los imprudentes profesores que para entonces ya habían sido infiltrados por grupos subversivos que tenían una intención de choque y desestabilización.
El jefe de gobierno aguantó el embate de la opinión pública y el político, que incluía presiones del grupo de su rival político, René Bejarano, y de paso, le hizo la chamba al gobierno federal desactivando el problema, y encausándolo al diálogo. Convenció a los maestros de aceptar mesas de diálogo, neutralizó la andanada violenta y limitó el margen de maniobra de Bejarano que pretendía, por un lado, orillarlo a usar la fuerza pública -para así tacharlo de represor frente a la izquierda-, y por el otro, debilitarlo en términos de imagen pública frente a quienes en su mayoría votaron por él el año pasado: la clase media, que le atizaba críticas por no emplear a la policía.
Así, Mancera está por sortear la crisis, lo que parecía casi imposible hasta hace unos días. Pero el jefe de gobierno no puede cantar victoria. Viene otra semana difícil. Mañana la CNTE y varios sindicatos se unirán. Con ellos estarán también, como desde el principio, grupos de choque y provocadores. El operativo de la megamarcha que estrangulará la Ciudad nuevamente en Reforma y Periférico se diseña meticulosamente y es revisado en conjunto por el gobierno capitalino y el federal. Viene otra provocación. La apuesta de quienes estarán en las calles es el caos. Es la prueba de fuego de Mancera.
(MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN)