A Miguel Ángel Mancera ya le picó el mismo bicho que a todos los que se sientan en la Jefatura de Gobierno: el del futurismo. Ése que les hace creer a los que han ocupado ese cargo que si otros fueron candidatos presidenciales, ellos también tienen derecho a soñar.
El problema es que parece que nadie le ha dicho que la circunstancia del actual jefe de Gobierno es muy distinta a la de sus antecesores. Hagamos un poco de memoria.
Cuauhtémoc Cárdenas, cuando llegó al poder en 1997, ya había sido gobernador de Michoacán, fundador y presidente del PRD, dos veces candidato presidencial y primer jefe de Gobierno electo en la capital del país.
Andrés Manuel López Obrador ya era un líder político importante que había encabezado un movimiento de protesta en Tabasco con ecos nacionales, expresidente nacional del PRD y uno de los políticos más populares y conocidos en todo México.
Y su sucesor, Marcelo Ebrard, si bien no había desempeñado una carrera de tan alto perfil, sí logró vender a los habitantes de la capital del país la idea de una ciudad casi libre de la violencia del narco, con una visión de derechos y cosmopolita, imagen -real o no- que, según las encuestas y mediciones de la época, a muchos convenció.
¿Qué ofrece por su parte Mancera? A tres años de gobierno yo no conozco ninguna acusación de corrupción. Y quienes lo conocen, suelen hablar muy bien de él como persona. Yo no tengo razones para pensar lo contrario.
El problema es que como funcionario ha dejado mucho que desear. Así lo muestra, por ejemplo, la encuesta de El Universal, publicada hace menos de dos semanas, que muestra que pese haber tenido una mejora, apenas llega al 26% de aprobación.
¿Es razonable aspirar a dirigir el país cuando sólo uno de cada cuatro de sus actuales gobernados está satisfecho con su gestión?
Como he apuntado antes en este espacio, Mancera apostó por ser un aliado de Peña Nieto, el presidente peor evaluado en México en los últimos 20 años. Y de esa alianza, no se ha sabido comunicar ningún beneficio concreto para los habitantes de la ciudad.
A eso se suma que su única gran bandera, el necesario aumento al salario mínimo, nunca ha dependido sólo de él y el beneficio de su cruzada quizá no lo veamos pronto.
¿Con eso le alcanza para ser candidato presidencial? Vista la crisis del PRD no falta quien crea que puede ser así. Pero la realidad, no la que le dicen los que le endulzan el oído, muestra que para ser postulado y competir le hace falta mucho más.
¿Será posible que Mancera logre hacer reales sus aspiraciones? Por la importancia del cargo sería un error descartarlo totalmente, pero el primer paso – si va en serio- es reconocer que, con lo que hoy tiene, sus sueños no lo van a llevar muy lejos. A menos que defina desde ya un sello propio, un proyecto de largo aliento para la ciudad, y un discurso que muestre que representa algo distinto en el país, las aspiraciones se le van a morir muy pronto al jefe de Gobierno