Sólo con el corazón bien informado y las raíces bien plantadas podremos enfrentar las pesadillas que ya se perfilan este Año Nuevo en este México en emergencia. Habrá que prepararnos para lo peor, por si ocurre, para no dejarnos paralizar por el miedo o atrapar en las telarañas de la sin razón y la desesperanza. Para lograr sacudirnos el pasmo con rapidez, conscientes de que los golpes recibidos no son casuales o errores, pues son ataques certeros y forman parte de los mecanismos del horror para inmovilizarnos, confundirnos, desarticularnos.
Habrá que crear nuestro propio manifiesto-conspiración de Año Nuevo que nos sirva para conjurar los males que nos rondan. Delinear nuestros métodos de blindaje contra la frustración, nuestras rutinas para olvidar la impotencia aprendida, aquella que se instala en los amaneceres y nos repite al oído: “Hoy no hagas nada… de nada sirve… nada cambia”.
Inventar estrategias para que tanto golpe no nos extinga la indignación, crear escondrijos para que no nos roben la esperanza. Aprender a buscar las grietas, a mirar a través de ellas, a hurgar bajo las cenizas y entre la tierra arrasada encontrar esos gestos sencillos que nos hacen humanos, los abrazos, las complicidades, las sonrisas, las fogatas.
Sabernos cómplices reconociéndonos por el brillo de la mirada, por lo que soñamos y porque sabemos usar el plural. Porque nuestro camino a contracorriente tiene corazón, pulsa, late, no se basa en lo que el dinero puede comprar sino en lo que podemos construir, no sabe a plástico sino a amaneceres, no se camina en soledad: es a pie y a contracorriente.
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE MARCELA TURATI: UNA AGENDA DE 12 DESEOS A CONSTRUIR EN 2016
No permitirnos cerrar los ojos a la realidad, al dolor de los demás. En vez de eso preparar al corazón, informándonos, compartiendo, abrazando, cuidándonos, llorando. Sí, llorando lo que ensucia al alma. Llorando y manteniendo la memoria de la infamia, aquella que nos recuerda lo que nos hace menos humanos, para no repetir la historia. Apostar por la verdad para que no se instale la muerte, trabajando para desmontar los mecanismos de la impunidad, para desenmascarar la mentira, para dejar al descubierto a quienes vendieron su alma y hacerlos a un lado.
Quizás sea tiempo de replegar velas y enfocarnos en la tormenta inmediata. Dejar de soñar en los grandes cambios y enfocarnos a los pequeños cambios cotidianos, decidiendo quiénes queremos seguir siendo y cómo queremos vivir ante cada situación que se presente. Descarrilar las estructuras de la muerte con cada elección, piedrita a piedrita. Que el verbo desalambrar sea uno de los más conjugados.
Perdonarnos a nosotros mismos, defendiendo nuestro derecho a la ternura. Recordar que vinimos a ser felices, y reír, abrazar, jugar hasta ser lo más parecidos a nuestra esencia.
Y en ese proceso de ser una mejor persona, quizás inacabada o como nos encuentre este año que nace, permanecer bien plantados (de pies, corazón, alma, mente, voluntad, manos, amores, amares), con raíces bien puestas, raíces mojadas en agua para que el corazón no se convierta en piedra, raíces enlazadas con otras, el músculo de la conciencia bien despierto, para transformar esa rabia esperanzada en un paisaje de lo posible. En una cobija amorosa que nos envuelva, donde nadie quede fuera. Y tomándonos de las manos saltar juntos la ola-tormenta-tsunami o lo que aparezca.