El otro día, tumbado en la arena sedosa y clara de Telchac, un puerto tranquilo a una hora de Mérida, el dólar casi en 17 pesos y el asesinato de otro periodista –ya suman 14– cuyo trabajo se había centrado en el gobernador Javier Duarte y Veracruz me hicieron recordar una frase que ha cobrado vigencia en este México de sobresaltos: “Si el mundo se acaba, me voy para Yucatán”.
El oasis tomó forma de tormenta y me hizo recordar que 13 años atrás había estado en Telchac, reportando para el diario Reforma la estela de destrucción que había dejado el huracán Isidoro en Yucatán.
Aquella vez escribí que además de miles de familias de campesinos y pescadores en el desamparo, Isidoro había dañado las casas de verano de políticos poderosos como Emilio Gamboa Patrón.
Todo eso se agolpaba en mi cabeza ante el cielo negro de Telchac, cuando un mensaje me devolvió a la realidad. Un amigo preguntaba: ¿Por qué todo mundo da por bueno a Manlio para dirigir al PRI?
Sitio kafkiano donde cada semana suceden cosas que dejan poco espacio para la imaginación, México es un país donde no muchos políticos logran sobrevivir, mantenerse y trascender el ejercicio público. A López Portillo le aullaban en los restaurantes, a Salinas lo dibujan como rata, a Fox se le recuerda como un mal chiste y a Calderón como un dictador enano. Todos los días vemos caricaturas que ridiculizan al presidente Enrique Peña y artículos que advierten su incapacidad para gobernar.
La política mexicana es un gran cementerio de elefantes, donde los que fueron grandes viven en el retiro, en el olvido o en el repudio. Casi todos, excepto dos que han logrado el milagro de la permanencia: Emilio Gamboa y Manlio Fabio Beltrones.
No hay ningún otro político que como ellos haya logrado sostenerse en el primer círculo de influencia durante más de tres décadas: Gamboa tenía 32 años cuando fue secretario particular del presidente Miguel de la Madrid. Al cumplir 30, Manlio era diputado federal.
No sé si Salinas sea el jefe de Peña, pero sé que Manlio y Gamboa son dos personajes que marcarán el rumbo del país en los próximos años.
¿Cómo será el PRI de Manlio? “Se acabo la sana distancia”, proclamó Beltrones ya elegido por Peña para liderar al partido, y uno piensa que esa película ya la habíamos visto cuando Luis Donaldo Colosio fue elegido por Salinas como jefe del priismo.
Colosio, recordado como un demócrata, hizo operar la maquinaria del tricolor a todo lo que daba y, tras la disputada elección entre Salinas y Cárdenas, trajo de vuelta el infausto carro completo en 1991.
¿Sucederá lo mismo en las elecciones del próximo año?
Es muy posible.
Desde ya, Manlio está en campaña, abrazado por una mayoría de priistas que lo ve y suspira pensando en 2018.