La semana pasada estuve en la Feria del Libro de Guadalajara presentando el libro de Diego Enrique Osorno sobre Carlos Slim. Al final, como siempre, hubo una sesión de preguntas. Una señora de aspecto común y corriente se agazapó detrás de un señor que estaba haciendo una pregunta interesante -¿cómo acercarse a uno de los hombres más ricos del mundo?-, esperó a que el asunto terminara, arrebató el micrófono y se echó unos pasos atrás para lanzarse con un discurso rarísimo sobre la injusticia que pesa sobre la clase media, porque los pobres no tienen remedio y los ricos son unos rateros: entonces la clase media, según la señora, sería la verdadera víctima de la historia.
El salón guardó silencio. Alguien rompió el hielo con un chiste, hubo algunas risas y la sesión terminó.
Desde entonces me obsesiona este pensamiento: ¿quién es esa gente que va a las presentaciones de libros?, ¿Dónde viven? ¿Asisten sólo para pasar el tiempo? ¿se sienten solos, no tienen con quién hablar?
He preguntado a mis amigos del campo literario. Me dicen, por ejemplo, que las salas del Palacio de Bellas Artes, tiene su propia población de preguntones; que el escritor Juan Villoro los atrae mucho. Me dicen que algunos asisten a las presentaciones por el coctel, su trago y cena.
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A mí me gustaría filmar una película o hacer una novela cuyo personaje principal vive para expresar sus ideas al final de los eventos literarios. Sería un hombre o mujer que ha pasado los 60; en su juventud tuvo roces con el mundo de las ideas, pasó por una universidad. Vive solo o sola. No tiene amigos y acumula sobre la mesa de noche una enorme cantidad de revistas Tiempo Libre, donde detecta el siguiente evento. Su cabeza es una maraña de ideas medio cocinadas. Escucha los programas de chismes en la radio. Mira la barra matutina de la televisión. Toma un par de consejos de Martha Debayle. Lee obsesivamente los comentarios a las notas en los sitios de noticias de la red.
Al dar las seis y media de la tarde, toma su gabardina y sale a la calle para enfrentar la siguiente jornada política o literaria; arrebatará el micrófono y dirá la primera idea que se le quedó pegada al suéter.
O a lo mejor ese personaje no es muy distinto a este columnista que escribe todos los miércoles. Frente a los trascendentes acontecimientos de la semana: la reforma política del Distrito Federal, la corrupción del Partido Verde, el último informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes o la selección de los nuevos ministros de la Suprema Corte, ese personaje tiene muchas preguntas, pero su profesión de columnista le obliga a siempre intervenir, como los que asisten a los eventos literarios, con un sesudo comentario.