Más respeto, por favor

Creo firmemente que la manera en la que nos dirigimos al otro, a la otra, es un fiel reflejo de la opinión que tenemos sobre él o ella. Después de un sexenio (el de Felipe Calderón) en el que la comunicación social no sólo vio crecer su gasto exponencial e indignamente, sino que lo hizo mediante la transmisión de spots que eran un atentado contra los más elementales niveles de inteligencia humanos, el cambio de gobierno tenía de pechito mejorar en este ámbito. Se sabe –de sobra en este país– que el lenguaje político es una mera fachada propagandística. Pero incluso la simulación tiene un límite y cuando éste se excede el mensaje resulta insultante para el receptor. Cuando Calderón presumía los “logros” en materia de seguridad de su administración, uno no podía dejar de percibir una mentada de madre en el cinismo con el que se vociferaban dichos mensajes.

Por razones que escapan lo estrictamente racional la reforma energética es un tema ultra delicado en nuestro país. El tono paternalista, condescendiente e infantilizado de los comerciales que anuncian cómo veremos el monto de nuestros recibos de gas y de luz descender mágicamente, sugiere que la persona que los pensó y ejecutó nos considera subnormales. La manera en la que el gobierno ha abandonado la posibilidad de establecer canales de comunicación con los ciudadanos que respeten la inteligencia de éstos es desasosegante. Querer imponer una opinión sobre un tema tan complejo por vías tan burdas es francamente inadmisible. El gobierno acusa de intolerantes y dogmáticos a quienes se oponen a la apertura de Pemex a la iniciativa privada. Y su herramienta para “combatir” este discurso “radical” y “desinformado” es una retórica panfletaria, vacía, desinformada, engañosa, manipuladora y, sobre todo, flagrantemente irrespetuosa de nuestro intelecto.

El 2014 luce, desde una trinchera optimista, harto complejo. Podríamos empezar por establecer un modelo de comunicación más digno que cuando menos nos permita seguir conservando la ilusión de que el diálogo entre los que deciden y los que acatan ocurre en un ámbito de mutuo respeto.

Post data

Mientras la clase política (cada vez más difícil de distinguir entre sí) se estanca en modelos arcaicos de convivencia con la ciudadanía, la comunidad artística y cultural de nuestro país sigue mostrando con tenaz rebeldía su vocación para no subordinarse a una realidad que nos condena a vidas abyectas y corruptas.

Este año varios mexicanos obtuvieron importantes premios literarios internacionales (Poniatowska el Cervantes, Enrigue el Herralde, Almazán el de la Fundación Nuevo Periodismo, Monge el Jaén de Literatura), cineastas nacionales triunfaron en Cannes (Amat Escalante) o hicieron películas de gran manufactura que le dieron la vuelta al mundo (Lubezki y Cuarón), artistas expusieron obras en todo el mundo y montaron exhibiciones de altísimo nivel en México (Abraham Cruzvillegas y Damián Ortega por mencionar sólo dos). La constante de todos ellos ha sido la transgresión de modelos obsoletos. La búsqueda afanosa por traducir el pulso de nuestra época a través de un lenguaje inteligente, estéticamente poderoso, que no da concesiones.

El reto que queda para las industrias creativas es encontrar la manera de rebasar los linderos de sus propios circuitos tradicionales para llevar el eco de sus voces a un ámbito público extenso. Sólo así, pienso, podemos conservar viva la ilusión de la transformación.

 

(DIEGO RABASA / @drabasa)