Aún con la toalla amarrada a la cintura, la historia pudo ser otra y no habría sido noticiosa. Una penosa confusión de oficios y un “perdón, creí que eras masajista y no podóloga”, nos habría evitado la vergüenza. Si Ricardo La Volpe, el ahora ex entrenador de las Chivas, no hubiera actuado como presuntamente lo hizo, no estaríamos hablando de esto.
No voy a meterme al juicio moral o al rescate de nadie (si se trata de tomar partido, estoy con la víctima del abuso), pero por muy políticamente incorrecto que sea, admitamos que los seres humanos estamos condenados a decir y cometer torpezas cuando la sangre se nos va del cerebro a otra parte. Tampoco es un discurso sexista: aplica tanto para hombres como para mujeres.
Me detengo en las frases, retomadas por los diarios, que no dejan de rebotarme en la mente: “Masajéame más arriba” y “Tócame, tócame, ¿o qué, te da miedo?” Podrían ser títulos de canciones gruperas o reggaetoneras para bailar en bodas. Casi tan lamentable como esas expresiones fue el añadido que un reportero, al escribir de acuerdo al manual periodístico más retrógrada, convirtió la frase vergonzosa en involuntariamente épica: «“Masajéame más arriba”, DIJO EL ESTRATEGA.»
La Volpe no es un poeta, evidentemente, pero ni aunque lo fuera. Obnubilado por los menesteres sexuales, el más grande literato pierde el habla, o dice frases hechas, o estupideces rotundas o si por casualidad se ilumina, atinará a decir guarradas, que es lo más indicado. El mito de que los hombres no podemos hacer dos cosas a la vez cobra una realidad atroz en semejantes circunstancias.
—Anda dime cosas, mi amor —sugiere la amada con los ojitos volteados hacia atrás.
—¿Qué…? ¿cosas? —balbucea el macho jadeante, una gota de sudor le escurre, no es esfuerzo sino pánico: ¿qué podrá decirle él, a ella, en ese instante? Todo lo que le viene a la mente es idiota o por lo menos absurdo. La mujer, por cierto, tampoco puede elaborar ningún soneto en tales afanes, pero no ha nacido el hombre que pida a su dama decir cosas inteligentes mientras se está en eso.
Pese a lo estorbosas que resultan, necesitamos de las palabras. Pensemos en el sexting, esa actividad ultramoderna consistente en enviarle a otra persona mensajes de texto de contenido sexual con intenciones de seducción. No niegue usted que nunca lo ha hecho. Ande, lea sus últimos sextings con la mente fría. Intente hacerlo sin decepcionarse. Con suerte y encuentra un “masajéame más arriba” enteramente suyo.
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(FELIPE SOTO VITERBO / @Felpas)