Para Max, Amadeo, Nicolás y Santiago
Hace mas de 13 años fui papá por primera vez. Sin ganas de sonar a melodrama, la verdad es que tener hijos cambia por completo las prioridades de una persona.
Los hijos se vuelven una prioridad inescapable y definen una gran cantidad de decisiones por el resto de nuestras vidas. Esto no es malo, ni bueno. Sólo es.
Quienes tienen hijos lo saben: hay un antes y un después a este momento. Y si bien creo que los hijos no son parte de nuestra propiedad, y uno no manda, ni decide, ni dirige sus vidas –y por tanto uno no debe vivir para ellos (o ellas, pero tengo cuatro niños, así que me gana el hábito masculino)–, sin duda rigen la forma, fuerza y lógica de nuestras vidas para siempre.
Así que cuando el 3 de septiembre de 2004 unos terroristas chechenos tomaron una escuela en Beslán, Rusia, y luego masacraron a 370 personas, 171 de ellas eran niños, escribí un sentido y ofendido, dolido, indignado texto dedicado a honrar la infancia como posibilidad y a denostar a aquellos que la truncan por ganar notoriedad, por lograr algún mezquino objetivo.
Desde entonces cada vez que veo, leo, oigo de un acto contra una niña o un niño se inflama algo de ira en mí, y también se activa un halo de tristeza por la vida cegada o marcada para siempre.
La fragilidad y vulnerabilidad de la infancia nos lastima. Por eso cuando vi el video del señor que avienta una y otra y otra vez a una nena de tres años –que según la impresentable madre no sabía nadar– a una alberca en un balneario, uno no puede más que preguntarse qué clase de persona en todo sentido puede hacer eso.
Hoy, esa niña está muerta.
Muerta por un hombre, pareja de la madre, que simplemente decidió arrebatarle la vida en medio de juegos violentos y de oscuras, oscurísimas intenciones.
Más allá de mi opinión sobre este miserable, éste es un clásico ejemplo de cómo debe operar la justicia mexicana. O al menos cómo debería.
Los actos violentos contra los niñ@s en nuestro país, me viene a la mente el niño asesinado en Juárez y tantos más, deben convertirse, como los feminicidios, en un fenómeno visible y perseguido como un asunto de Estado y no como un simple acto criminal.
El Estado debería imponer penas ejemplares a los asesinos de niños y mandar mensajes claros y contundentes a la sociedad: la violencia a la infancia en cualquier denominación será perseguidas con toda la fuerza.
No hacerlo y dejar que estos casos sean uno más en la lista de la impunidad o del sistema burocrático judicial mexicano implicará no mandar un mensaje claro y contundente.
Yo no quiero que mis hijos crezcan en un país en el que se va a interiores de los diarios y pronto al olvido un asesinato tan vil y artero como el de esta pobre niña a quien nadie cuidó y defendió como merecía.
El mensaje debe ser, pues, ni un niñ@ más muerto, y menos en impunidad.