“Mataron a Adrián”, me avisaron el lunes por teléfono. No podía creerlo.
Días atrás nos vimos. Lo noté contento, entusiasta. Con su melena rubia revoloteando por el aire que entraba a su camioneta, Adrián “La Polla” Rodríguez me llevó al punto de Huehuetoca donde deambulan los migrantes en espera de que un tren, al bajar la velocidad, les permita trepar al techo y viajar a USA. Hondureños casi todos, que en su travesía sufren la violencia de los cárteles y huyen de su país amenazados por la Mara y otros grupos.
Bajo una estampa de la Virgen Morena, Adrián exclamaba “¡un tejón, un gavilán!”, si esos animales pasaban delante de su parabrisas. Por su alegría pensé que transitaba esos campos mexiquenses desde hacía poco; me aclaró que no. Desde 2004 hacía 3 recorridos al día para detectar centroamericanos sedientos bajo la sombra de los árboles o caminando junto a las vías. Les daba agua, comida y ropa.
En 2004, Ana, una amiga restaurantera, le pidió ir con él a Huehuetoca para dar víveres a los migrantes. Desde entonces fue un “santo” anónimo de los desamparados. A eso dedicó el resto de su vida en el colectivo @ustedesomosnosotros. “He visto aquí 30 migrantes muertos, casi todos por violencia”, contó cerca del panteón local, donde hay una fosa de centroamericanos.
Aquella mañana de octubre subí a su camioneta, donde también viajaba Wilson, hondureño al que había ayudado. La historia de la acción humanitaria con él fue diferente. Aunque Wilson partió al norte, se enamoraron. Por eso volvió a México para ayudar en las faenas a su pareja.
Custodiados por una patrulla estatal que usualmente los protegía, tras 10 minutos de viaje detectamos 4 jóvenes bajo un árbol. Los migrantes habían sido golpeados por la policía estatal de Puebla. Adrián sacó refrescos y arroz, y les dijo algo que ilustra su nobleza: “Hijos, vengan, tengan agüita”.
-Relata 2 historias inolvidables-, le pedí (yo estaba haciendo para la revista Emeequis el reportaje “Catrachos, la última ‘manada’de migrantes”).
-Traje un bebé al mundo en estas vías –relató-. Una hondureña tuvo contracciones al bajar el tren y la ayudé a dar a luz. La chava de 17 años me dijo: “Le voy a poner como tú: Adrián”. Y Josué, otro hondureño, tocó los cables de alta tensión del tren y se le “reventaron” los pies. En el Hospital Regional de Tula se los querían amputar, me hice pasar por su hermano y me negué. En mi casa, donde vivió, lo curaba, limpiaba, cambiaba. Ocupó silla de ruedas, andadera y luego bastón. A los 3 meses volvió a Honduras por su propio pie.
El domingo, Adrián y su pareja fueron a dar de comer a los migrantes, pero a las 5 pm fueron interceptados y acribillados.
Los mexicanos que queremos un país en paz y los miles de migrantes que ambos ayudaron, no los olvidaremos. Que a ellos, como a los 120 mil asesinados y los 25 mil desaparecidos, se les haga justicia.