Desde los tiempos en que actuaban como una cofradía secreta, arriesgando la vida (en algunos países sigue siendo el caso) por defenderse contra una multitud de prejuicios y ejercer libremente su erotismo, la comunidad gay ha sido un ejemplo de resistencia para la humanidad. Cuando pienso en ella no puedo dejar de recordar a personajes admirables como Oscar Wilde, Vicente Aleixandre, Anaïs Nin, Allen Ginsberg, Andy Warhol, por mencionar sólo algunos. Para mí, lo gay ha estado siempre relacionado con la irreverencia, con la alegría (su propio nombre lo dice), con lo antisolemne, pero también con una enorme sensibilidad estética y artística. En pocas palabras han constituido, desde hace algunos siglos, el grupo antistablishment por excelencia. Por ese motivo, su lucha para obtener el derecho al matrimonio me resultó al principio un poco desconcertante.
El matrimonio como modo de vida no goza precisamente de una imagen de diversión y libertad. Tampoco es contestatario ni irreverente, sino todo lo opuesto. “¿Cómo es posible, me preguntaba yo, que los gay aspiren a eso?˝. Después, indagando entre las parejas homosexuales que conozco, me enteré de cómo ven el matrimonio los gay y sus razones para contraerlo. No se trata de reproducir el modelo arcaico. Tampoco de jurarse fidelidad eterna ni de modificar las relaciones más abiertas y plurales que generalmente establecen. “Salir del clóset es una decisión muy compleja, me explicó uno de mis amigos. Cuando alguien la toma, ya rechazó la idea de vivir de forma conservadora, de casarse y de tener familia. Se trata de una elección de vida que difícilmente revocará sólo porque ahora se le abre la posibilidad de hacerlo˝. Claro que cada caso es distinto y también cada pareja.
Lo más importante está en la protección que ofrece la ley para quienes están formalmente vinculados. Es así de simple: si dos personas viven juntas en unión libre y una de ellas fallece, los bienes irán a la familia del propietario y no de su cónyuge. Si una pareja sale de vacaciones y uno de los miembros se accidenta gravemente, será necesario esperar a que llegue un familiar de este para que tome las decisiones médicas, tales como operar, mantener con vida artificialmente o donar los órganos. Nadie en su sano juicio puede oponerse a estos motivos para casarse.
Aun así, son pocas las bodas gay que se han celebrado hasta el momento. En los registros civiles donde se practican, no hay hordas de homosexuales solicitando casarse. Supongo que muchos se lo siguen pensando… En mi opinión, la gran victoria de la legalización de este vínculo fue contra la discriminación y la desigualdad. Todos, sin importar nuestra raza o nuestra sexualidad, debemos tener los mismos derechos (incluido el de ser infeliz). Mi esperanza es que, en vez de acartonarse con el matrimonio, la comunidad gay traiga aires nuevos y refrescantes a ese sector de la sociedad desde hace tiempo en franca decadencia.
(GUADALUPE NETTEL)