Las visitas de los papas a México suelen ser vistas por algunos como herramientas de distracción, espectáculos con los que la atención de la ciudadanía abandona, al menos por unos días, los problemas nacionales para enfocarse en la personalidad y el carisma del principal jerarca de la Iglesia católica. Sin embargo, en esta ocasión la expectativa es muy distinta. Es más, para muchos – entre los que me incluyo – en este viaje el objetivo de la visita es exactamente el contrario.
Porque de acuerdo a lo que se ha visto y dicho hasta ahora, el viaje de Francisco a México será fundamentalmente para incomodar. ¿A quiénes? En primer lugar a las propias estructuras de la jerarquía de la Iglesia católica, esa que ha estado más cerca del poder, sus privilegios y sus lujos que de su propia feligresía.
En segundo lugar a la clase política del país, acostumbrada a tomarse la foto con el jerarca en turno, con el que busca compartir aunque sea un poco de su popularidad.
Y en tercer lugar, y lo más importante, incomodar a los propios integrantes de la religión más grande del país, a los millones que en los hechos han visto y hecho muy poco por aquellos que consideran formalmente sus prójimos.
La visita del papa Francisco puede ser relevante si logra incomodar a la sociedad mexicana, si la confronta con su propia realidad. Porque lo cierto es que en México tenemos serios problemas para nombrar las cosas por su nombre, y ésa puede ser una de las principales aportaciones de la visita.
Si el Papa habla de las personas desaparecidas y de las tragedias que viven sus familias, si recuerda que la pobreza no es aceptable, si pone el tema de la corrupción en el centro de la agenda, entonces estará haciendo un gran favor a México.
Porque lo que hoy nos hace más daño a los mexicanos es la normalización de lo anormal. La aceptación de la violencia con la que vivimos, la impunidad que ya es parte del paisaje, la indiferencia que hace que lo que le pasa a los otros…es bronca de los otros y no nuestra.
¿Puede el papa Francisco romper con esa inercia?, ¿es posible que a través de su voz lleve a la sociedad mexicana a ponerse frente al espejo para reconocer sus propios problemas? Yo creo que sí, que está en su agenda y que está a su alcance.
Claro para que eso ocurra hay que evadir la anécdota simplona, la nota de color, la historia del nuevo “Papa mexicano” para poner atención en los mensajes, en el fondo más que en la forma, en lo trascendente más que en la frase que se repita hasta el hartazgo.
La visita de Francisco puede ser un punto de quiebre para la sociedad mexicana, el factor que sirva para hacer visible, finalmente, ese malestar que lleva tanto tiempo instalado entre nosotros pero que no ha terminado de tomar forma.
Si es así, y si con sus discursos el Papa sacude, emociona y despierta, entonces habrá valido la pena tenerlo unos días entre nosotros. Ojalá así sea.