¿Por qué los mexicanos somos indiferentes a la tortura? Porque suponemos que nunca nos va a tocar. Porque en un mecanismo de defensa nos imaginamos que la bolsa en la cabeza, los toques en los genitales o las amenazas de violencia sexual sólo le pasan a los que se portan mal.
Como bien dice un amigo, pensar que los abusos nunca serán contra ti porque eres buena persona es como suponer que, en medio de la selva, un tigre no te atacaría sólo porque eres vegetariano. Así de irracional. No obstante nos gusta creer eso porque es una forma de tomar distancia de la amenaza que está allá afuera.
El mecanismo de defensa es tal, que incluso nos hace ir en contra de una de nuestras creencias más arraigadas: que los cuerpos de seguridad en México no son confiables; sin embargo, cuando vemos una nota sobre abusos, asumimos que los detenidos son culpables y que cualquier cosa que les pase es porque se lo merecen.
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Esta forma de procesar el tema es un error. No sólo porque va contra las víctimas – culpables o no – sino que atenta contra nosotros mismos. Porque en los hechos, la única manera de que no nos pase nunca a nosotros una cosa así es que trabajemos para que no le pase a nadie más.
Si no queremos ser extorsionados, torturados o desaparecidos, tenemos que preocuparnos porque no le ocurra esto a ninguna persona. Y que si pasa que se castigue, porque la impunidad es garantía de repetición.
Por eso, porque me resisto a decir que así son las cosas en México y que así serán siempre, es importante recordar que hoy la PGR está acusada de torturar a los detenidos de Ayotzinapa y que son ellos mismos los que se están investigando; y que en el Estado de México hay policías responsables de torturar a un detenido (aquí el video) sin que hasta ahora Eruviel Ávila o su procurador hayan dado ninguna explicación.
Porque si nosotros no alzamos la voz y los obligamos a pagar las consecuencias de sus actos, ¿entonces quién lo hará? Hoy por ellos, para que no nos toque nunca a nosotros.