Hace tiempo que no veía a la Ciudad de México tan perdida. Sin un proyecto ni un liderazgo claro, el rumbo de este gran lugar y de sus millones de habitantes parece que depende más del calor, los vientos, las lluvias o la fortuna que de quienes encabezan el gobierno.
Prueba de ello es la ausencia de un debate serio sobre qué hacer con el problema de la calidad del aire. Hasta ahora, aunque llevamos ya meses en esta situación, no hemos escuchado un diagnóstico serio por parte del gobierno. No sabemos qué peso tiene la industria local ni cuáles son los sectores que más contaminan, cuáles son los planes para el transporte público – no para este año, sino para los próximos cinco, 10 o 20- y no hemos visto un solo proyecto para generar áreas verdes que le cambien la cara a la ciudad.
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El gobierno local está pero no está y los reproches a otros actores o entidades no sirven de nada. Reclamar al Edomex, la Comisión de la Megalópolis o Hacienda quizá sea necesario en términos prácticos, pero en términos de percepción sólo manda el mensaje de que son otros los que deciden el rumbo de la ciudad.
Sin una idea clara de lo que quiere para la capital, lo que el jefe de Gobierno proyecta – sea cierto o no – es que está pensando más en 2018 que en 2016, y con una enorme y peligrosa disposición a seguir con ocurrencias como el #ElPitodeMancera evidenció.
Pero la crisis es todavía mayor, pues cabe preguntarse en dónde está el PAN, cuál es la propuesta de Morena o qué propone un partido como el PRD para salir de esta situación. Vista su propaganda, no tienen nada, sólo lugares comunes, promesas huecas y, eso sí, una evidente ambición por repartirse el poder.
Sin gobierno y sin una oposición seria, los chilangos miramos cómo la idea de una ciudad con personalidad política propia, moderna, que marcaba tendencias, se ve cada vez más lejana.