Como una foto vieja cuya imagen se va desvaneciendo, así le pasa hoy al gobierno de Enrique Peña Nieto, que cada vez se ve, pesa y controla menos.
La primera prueba es lo que ocurre con la CNTE. Ni con la fuerza ni con la negociación el gobierno ha logrado recuperar el control de escuelas y calles. La mitad de los niños y las niñas de Oaxaca y Chiapas no puede acudir a la escuela y los bloqueos no se han ido, sino que amenazan con multiplicarse.
El gobierno tampoco pinta cuando se trata del crimen organizado. Michoacán tiene la peor tasa de homicidios en 10 años y ni hablar del papel de testigo silencioso que juega el Estado mientras los narcos se secuestran, negocian y liberan entre ellos, sin que ninguna autoridad intervenga.
El narco manda y todo el país es testigo sin que nadie en el gobierno muestre el menor pudor, al grado de que los ciudadanos “agradecen” y “celebran” la liberación ante las posibles guerras que amenazaban (más) la paz social. La población no se siente más segura por la fuerza del Estado, sino por el arreglo entre capos.
La ausencia del gobierno también se ve en otra batalla entre particulares: sacerdotes llaman a sus fieles a salir a las calles para frenar una iniciativa presidencial y activistas clausuran simbólicamente la sede del Arzobispado sin que las autoridades encausen el conflicto. Simplemente, la disputa se mira desde el gobierno como si el tema le fuera ajeno y la solución quedara entre los ciudadanos.
Y, finalmente —aunque la lista podría seguir—, el gobierno se desvanece por los cuestionamientos cotidianos a su legitimidad y legalidad.
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Ya sea por el plagio de una tesis de licenciatura, por el predial de un departamento en Miami o por los abusos y las mentiras documentadas en Tanhuato o Nochixtlán, la confianza en la autoridad —desde el Presidente hasta las policías federal y locales— se sigue cayendo a pedazos como muestran los históricamente bajos niveles de aprobación.
Aunque algunos vean en esto un motivo de celebración, lo cierto es que son terribles noticias para el país y no sólo para los que hoy despachan desde Los Pinos. Por que al sexenio todavía le queda mucho tiempo y tener un gobierno que no gobierna y una autoridad en la que no se cree, es muy peligroso pues es el clima ideal para que más de uno ocupe las funciones abandonadas por el que debería tener el poder.
Las señales están a la vista, el poder se desvanece y eso debería preocuparnos a todos.