No, no tengo una bola de cristal ni sé cuáles serán los resultados del próximo 8 de noviembre en las elecciones de Estados Unidos. Sin embargo, sí sé que cualquiera que sea el resultado, Donald Trump saldrá como un ganador. Si obtiene la victoria, no hay nada que explicar. Incluso si gana el voto popular —aunque pierda en el colegio electoral— será evidente su peso.
Pero aún si no se cumple ninguna de esas dos condiciones, Trump puede presumir que logró una de las campañas más exitosas de los últimos años. Primero, porque lo que era un mala broma se convirtió en una realidad. Nadie tomaba en serio sus aspiraciones. Sus guiños con la candidatura eran objeto de burla —incluso del propio Barack Obama— y se decía una y otra vez que era muy poco probable que llegara a ser el candidato republicano… y ya vimos hasta dónde llegó.
Incluso, hace poco más de una semana, cuando ya las encuestas marcaban 10 puntos de ventaja para Hillary Clinton, más de uno llegó a pensar que la contienda estaba finalmente resuelta. No fue así y prueba de ello son las encuestas que colocan a Trump a dos puntos o incluso por encima en la intención general de voto, con una tendencia importante en estados clave como Florida.
De tal forma que aún en el peor de sus escenarios, Donald Trump podrá decir que más de 45 por ciento de los estadounidenses que votó quiso verlo despachando en la Casa Blanca y ese capital ya no se lo va a quitar nadie. ¿Para qué lo usará? No está claro. Algunos especulan que para una nueva cadena de televisión, otros con la idea de un movimiento político que sobreviva a su campaña.
Como sea, lo que es evidente es que Trump tocó fibras sensibles. Su discurso proteccionista, la nostalgia por un pasado glorioso y la construcción de adversarios sociales resultaron en una estrategia exitosa. Y el tema no es sólo el candidato sino los electores que se vieron identificados en su propaganda.
Trump es el fenómeno que tiene una extraordinaria capacidad para ser nota, su discurso redundante y simple, y su promesa de restablecer los empleos perdidos con la globalización, y que descubrió a una base social que batalla con la economía cotidiana, que estaba ávida de una explicación que le permitiera entender su propia situación, y lo que hizo Trump fue contarle una historia que les hizo sentido a millones de personas.
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Que sea falsa no fue un impedimento para que su visión fuera abrazada porque, como prueba su candidatura, la gente no está ávida de la verdad sino de historias verosímiles. Y aunque suene horrible en política es casi igual de importante que algo sea cierto a que sea creíble y Trump ha jugado con eso desde el día uno y hasta el final de esta campaña.
Por eso Trump ya ganó y esa que es una buena noticia para él, es un aviso terrible para el resto pues detrás de él vendrán otros. Otros que quizá sean más listos, que puedan ser percibidos como más serios y, que si se aplican, bien podrán cosechar mucho de lo que Trump ha sembrado a lo largo de estos meses. Y créanme que de eso, nada bueno podrá salir.
Salvo que el miércoles 9 estemos hablando de la estrepitosa caída de Trump, lo cierto es que el hombre de la TV, el que llevó la cultura del espectáculo a la política como pocos ha marcado un camino cuyos efectos todavía habremos de ver en los próximos años.