El final del año informativo nos dejó en la mesa un tema y un villano, el primero la “posverdad”, y el segundo, Facebook. Todo porque algunos de los fenómenos noticiosos de este 2016 —como el triunfo del brexit o la derrota de Hillary Clinton— han sido explicados a partir de lo que algunos ven como la manipulación generada por las redes sociales.
Según esas miradas, lo que vivimos este año sólo se explica por las burbujas informativas en las que cada quien ve lo que quiere ver y por la pérdida de referentes que permitan separar la verdad de la mentira. ¿Un ejemplo? Más del 52 por ciento de los republicanos en Estados Unidos cree que Donald Trump ganó el voto popular. ¿El hecho? Clinton ganó por más de 2.7 millones de votos, equivalentes a más del 2 por ciento de la votación general.
Lo interesante es que esta desinformación ahora tiene como villano a la red social más grande del mundo, al grado de que algunos países amenazan con sanciones para Facebook si no logra filtrar y eliminar la información falsa.
El problema de ese enfoque es que coloca la responsabilidad sobre la plataforma en que se comparten los contenidos y no en tres actores centrales: los que generan notas falsas, los que las que comparten y sobre todo en los que las creen. Y es por ello que hoy estamos lejos de acabar con el problema de la llamada posverdad.
Digámoslo claro, el problema no son (sólo) los que siembran noticias falsas sino quienes las asumen como verdaderas y las llevan a sus amigos. Porque como sabe cualquiera que ha navegado en esas aguas, el valor de una información reside en la cantidad de veces que es vista gracias a los viajes que realiza de muro en muro.
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¿Queremos que mueran las noticias falsas? Empecemos por no hacerlas grandes. Y eso requiere de consumidores de información críticos. Hoy el mundo nos exige que seamos personas con capacidad para distinguir lo cierto de lo falso, lo informativo de la manipulación. Y para eso hay recursos concretos y sencillos.
De entrada, podemos revisar las fuentes de la información, ¿proviene de espacios confiables o no tiene respaldo? ¿Es posible encontrar la historia en las fuentes originales? ¿Tiene sentido lo que se está viendo en función del contexto? ¿Es algo validado por distintos actores o sólo circula en los muros de Facebook, “porque sólo ahí se dice la verdad”?
No se necesita un doctorado en periodismo para descubrir la manipulación en muchos de los casos. Basta con un poco de rigor antes de darle vuelo a una nota para descubrir que esa “gran historia” es una enorme mentira. Claro, eso exige un mayor compromiso de nosotros los usuarios, una disposición a tomarse el tiempo para validar lo que vemos y una toma de conciencia de la responsabilidad que tenemos con los que nos siguen cada vez que les enviamos algo que resulta basura.
La ruta es esa, no hay más. Nunca como ahora habíamos tenido la oportunidad de seleccionar nuestros contenidos y eso a muchos nos gusta, pues bien admitamos que ello también requiere de una conducta distinta frente a las noticias que consumimos.
Basta de culpar a Facebook y asumamos que somos nosotros los últimos responsables de nuestra buena o mala información.