Al presidente Peña Nieto le ha pasado lo peor que le pudo ocurrir a cualquier gobernante, y no le ha pasado absolutamente nada. La prensa probó que su esposa, y su secretario de Hacienda y excoordinador de campaña, adquirieron casas en condiciones ventajosas de un proveedor, y nada cambió.
Ahora, gracias a los #PanamaPapers, supimos que el mismo contratista – que ha crecido en negocios durante el actual sexenio, – tiene al menos 100 millones de dólares en un paraíso fiscal, dinero que sacó mientras era investigado por sus propios amigos ( Los mismos que lo van a volver a investigar… y a exonerar).
Sabemos que el gobierno fue negligente – por decir lo menos – al reaccionar ante la desaparición de 43 estudiantes, y que ha actuado de mala fe en toda la investigación.
La pobreza en vez de bajar, ha crecido, y en materia de libertades y derechos humanos estamos igual o peor que antes.
Sin embargo, en México no hay protestas. No hay un gran movimiento social que exija respuestas, cambios de rumbo o renuncias. Y la pregunta que mucha gente se hace es por qué.
Primero, porque en muchos lados quien encabeza el malestar, es la oposición. Acá, dos días después de los #PanamaPapers, los dirigentes del PAN y del PRD han sido incapaces de tuitear algo al respecto; y el único que lo ha hecho, López Obrador, no pasa de criticar como un tuitero más.
Segundo, porque los medios de comunicación que en otros lados suelen ser otro contrapoder, acá son aliados del mismo. La agenda mediática es definida en buena medida desde las autoridades, muy pocas veces desde la oposición y casi nunca desde la sociedad civil.
Tercero, porque años de malos tratos han terminado por convencer a la ciudadanía de que no tienen nada qué hacer, que su opinión es irrelevante, y que la corrupción y el abuso es lo normal. Tan ha sido así, que cuando hoy alguien pide en público que se investigue un acto de corrupción, la respuesta es una especie de reproche a un acto que es visto como un gesto de ingenuidad. ¿Reclamar en México? ¡Para qué! Si aquí lo normal es que no pase nada. Y en efecto, como no hay protestas bien organizadas, no pasa nada.
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¿Cómo romper el círculo vicioso? Tres ideas. Uno. Renunciar a la búsqueda del salvador y apostar por proyectos colectivos. La propuesta de 3de3 es un gran ejemplo. A las 300 mil firmas que apoyaron la propuesta, se sumarán otras 300 mil que serán entregadas esta misma semana a los legisladores.
Dos. Trabajar en cambios de políticas y no sólo de personas. El colectivo de la Acción Ciudadana Frente a la Pobreza, es un buen ejemplo de cómo orientar el debate, más allá de clavarnos en los nombres de las personas que ocupan el poder. Y tres. Reconocer, celebrar y apoyar los esfuerzos que se están haciendo para dar poder a los ciudadanos. Lo que está pasando con algunas universidades en estados como Veracruz y Morelos, el renovado movimiento feminista que denuncia el clima machista en México y los diálogos entre diversos sectores de la sociedad civil, usualmente distantes, son tres buenos ejemplos.
Si entendemos que el cambio de México es una carrera de resistencia y no de velocidad, y empezamos a cambiar la forma de ver nuestras formas de acción, quizá, poco a poco, recuperaremos la confianza en que debemos y podemos ser nosotros los que definamos nuestro destino, y nadie más.
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