La Avenida Jalisco te condena. A la derecha, autos detenidos. A la izquierda, más autos detenidos, humo de mofles y aire viciado. Frente a ti, como tanqueta que obstruye con su imperio metálico el paso de todos, un microbús improvisa un paradero y bloquea los carriles. Te resigna a la inmovilidad porque así lo desea su chofer, porque más importante que llevar a tiempo a tu hija a la escuela es que él espere pasaje hablando por celular, saludando a un colega, peinándose dentro de su armatoste corroído. Por su puerta abierta ves los asientos: regurgitan goma espuma, son un vómito acrílico que desprecia a los ciudadanos. Ellos deben viajar en esta vulgaridad de transporte público porque así se viaja en el DF: así lo quieren los microbuseros y así lo avala Mancera. Quien vive en el DF se jode. ¿Te molesta? Vete.
Dentro de tu auto detenido echas un vistazo a tu entorno: como estás en la esquina con José Martí piensas en poesía. Tu escenario es poesía fúnebre: arriba, diablitos como telarañas milenarias. Abajo, charcos aceitosos, asfalto infectado de basura, changarros que enjuagan verdura con agua de bidones de taller mecánico porque así se come en el DF.
Por el espejo ves a tu hija presenciar a través de su ventana a su país: “Esto era Tacubaya, un pueblo precioso –le cuentas-; ahora es lo más espantoso del DF”, maldices aunque sabes que muy cerca hay sitios peores.
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El microbusero decide que es hora de moverse. Tú ya tomas Avenida Revolución, amplia, luminosa: sientes alivio. Pero en cuanto das vuelta en Benjamín Franklin te sorprende un retén policial de ocho agentes, tres patrullas y dos motos que detienen automovilistas en masa: uno, otro, otro. Entre ellos, tú. ¿Licencia y tarjeta? Tenga, oficial. ¿Pero qué hice? No prendió su direccional antes de la vuelta. ¿Por eso me infracciona? Sí, por eso: Artículo 8 Fracción VIII del nuevo Reglamento de Tránsito. ¿Ya lo leyó?
Miras a los otros agentes y descubres su proceder: 1) detienen, 2) hurgan la ventanilla, 3) multan por no prender direccional, 4) bromean a gritos como pandilla, 5) detienen, 6) hurgan, 7) multan, 8) bromean. Así te hacen cumplir la ley, así el gobierno de la capital te ayuda a ser mejor ciudadano. Le dices al agente que teclea tu sanción en su maquinita que eso es una cacería para hacer dinero (“¿me está diciendo corrupto?”, cuestiona y enciende frente a tu cara la cámara de su teléfono). No quieres imaginarte en Youtube como el ‘Gentleman de la Escandón’. Te callas. Recibes la multa y lees lo que el policía ha escrito: “No prendió su direccional y refiere que es una caseria (sic)”.
Arrancas y te preguntas cómo puede una ciudad conspirar tanto contra sí misma, si existirá un límite a nuestra autodestrucción.
Llegas a casa por la noche y las noticias te informan que ya no somos DF sino Ciudad de México. La noticia te llena de paz. “Cambios de fondo”, piensas.