Hoy sólo quiero contar mi triste historia.
La mía y la de tantos.
Sí, ya sé. No son problemas de esos que importan, de hambre y vivienda y educación y salud. De esos de desastres naturales o desastres personales. De los de vida y muerte, diría el clásico. No, no son problemas de esos. Pero sí son de los que te joden el día. O te atrofian la posibilidad de fluir como ciudadano del siglo que corre.
Pregunta ingenua: ¿usted ha tratado de mantener activo su celular –de la compañía que sea– en el extranjero? ¿Para poder no sólo seguir hablando por teléfono sino, pienso, revisar el correo electrónico, participar en sus redes sociales, checar Internet, usar los mapas de navegación? Y no, no estoy hablando de entretenimiento (como si fuese pecado). Imagine que usted anda fuera del terruño por motivos de trabajo. Y como hoy todo es oficina a distancia, pues le envían sus correos electrónicos (en una de esas le envían muchos, ya ve cómo es la gente). Tal vez trabaje usted en algo que le pida estar atento a sus redes sociales, y pues hay que checarlas de vez en vez. Y luego chance, sólo chance, usted tiene que rentar un coche o llegar a citas, y pues el GPS no da o a usted se le ocurrió usar los mapas de su teléfono. ¿Le ha sucedido? Y luego imagine, sólo imagine, que fue precavido y contrató un servicio de voz y datos para el extranjero (que porque así le salía más barato). Nada extraordinario hasta aquí. Usted regresa a casa, y un día le llega la cuenta de teléfono.
Acto seguido lo vemos llorar hincado sobre una piedra picuda. Qué digo llorar, berrear. No hay consuelo, buena persona. Que así son nuestras telecomunicaciones. Caras, estúpidamente caras, malas e insuficientes.
Ahora cambie el escenario anterior: anda de vacaciones, quiere checar a cuál restaurante ir, busca la ficha de la película que quiere ver, verifica la dirección de la tienda a la que quiere acudir, todo eso y más… para que usted termine chillando como niño brasileño en el Mineirão. La cuenta de teléfono le sacará al peor de los chamucos. Incluso al que ni siquiera sabe usar los aparatejos de moda.
Yo llevo un par de semanas rolando fuera de México. Y me veo como estudiante de primer año, mendigando las guaifai disponibles. ¿Que aquí hay un cachito de Internet libre? Checa rápido el correo. ¿Que aquí hay un hilito de Internet pa’ la banda? Checa rápido el tuiter. ¿Que aquí ya quién sabe en qué red andas y con qué seguridad? Ni modo, manito. Mendigando andamos, que no hay red que alcance.
No sé, tengo para mi que nos merecemos mejores servicios de telecomunicaciones.
Es sugerencia. O simple deseo.
(GABRIELA WARKENTIN / @warkentin)