Necios que no confían en los policías. Necios que se ganaron esa desconfianza.
Algo apesta en las calles. Algo nos horroriza. Algo está podrido en la CDMX cuando vemos a un policía y nos asustamos. En la CDMX ocurre muy seguido: las piernas tiemblan, la orina escurre por las piernas, el miedo congela nuestro cerebro, la indefensión nos esposa la esperanza de librarla con bien. Se pudrió la confianza en los uniformados, se desgajó el respeto a los policías y el pavor gobierna la escena cuando se encuentran un ciudadano y un judicial. Algo nos envenenó a los ciudadanos desde hace mucho. El hombre lleva una placa hecha para no distinguirse y a veces para no ser enseñada; porta lentes oscuros como de piloto aviador, un reloj ostentoso que marca la hora en la que te cargó la chingada; en sus costillas, una pistola sujeta con un cinturón trasversal, actitud de superioridad, tono de voz agresivo para atemorizar, un auto sucio y una cascada de prejuicios inundan la mente de quien se topa un judicial. Cuando ese judicial se acerca a ti. Lo mismo pasa cuando te detiene un policía chilango, o de cualquier estado en este país. Es injusto decir que todos son iguales, es deshonesto acusar a todos porque los hay dignos, inspiradores y respetables, pero son los menos. Cuando te encuentras un policía o un judicial piensas: ¿Qué me van a hacer? ¿Me detuvieron para morderme? ¿Me van a extorsionar? ¿Violarán a las que vienen conmigo? ¿Me van a torturar? ¿Y si no cometí ninguna infracción o delito? ¿Y si me lo inventan? ¿Y si me levantan? ¿Y si ya no vuelvo a ver a mi familia? ¿Y si ya no vuelvo a ver a los que venían conmigo el día de la detención? ¿Y si nos matan y todo termina? ¿Y si este infierno apenas comienza?
“No somos Suecia, ni los Países Bajos”, dicen los que nos piden dejar de mamar cuando queremos comparar nuestra policía con la de esos países. Cierto, no lo somos… ¿y si comenzamos a serlo? Sí, se puede, eh. En esos países la policía no solo es celebrada y respetada, sino que es una autoridad fortalecida por la comunidad. En este país la policía es acusada de los peores delitos.
En esta ciudad la policía detiene a un menor de edad, Marco Antonio, que hasta donde se sabe estaba fotografiando un mural de grafitis cerca del Metro Rosario, que en esta ciudad está prohibido fotografiar (WTF?! Aunque no lo crean). Cuatro policías lo acusaron de robar un celular y el chavito lo negó. Reacción suficiente para golpearlo, esposarlo, someterlo con violencia y abuso de fuerza. ¿A dónde lo llevan? Al Ministerio Público, respondieron. Pero no, desde el martes nadie sabía de su paradero. Las redes sociales se incendiaron y #DóndeEstáMarcoAntonio se volvió tendencia nacional. Gael, Diego, Lydia, Risco, Moreno, Merino… todos exigían presentarlo con vida. Y sí, gracias al escándalo en redes sociales —del que no todas las familias de desaparecidos tienen el privilegio de beneficiarse para encontrar a los suyos, hay que decirlo— apareció, 30 kilómetros lejos de donde los policías chilangos lo levantaron y cerca de donde un juez cívico mexiquense lo recibió. “¿De qué lo acusan?”, los policías mexiquenses dijeron que de nada, que parecía que se iba a suicidar y por eso lo llevaron hasta ese Ministerio Público. “Déjenlo libre, no hay por qué detenerlo”, y así el menor de edad volvió a la calle, hasta que fue localizado en el municipio de Melchor Ocampo. Dicen que no es el de las primeras fotos, que no recuerda nada, que está muy golpeado, que los medios exageraron, que hay gato encerrado, que no hay gato encerrado… Lo cierto es que algo se pudre cuando a los policías les tenemos miedo y cuando no hay respeto hacia ellos, ni confianza. Ellos contra nosotros. Nosotros contra ellos. ¿No estamos en el mismo lado? No, por eso creo que nos estamos pudriendo.
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