Para ilustrar que México va por buen camino algunos citan: “Nuestros hijos tienen una mejor vida que sus padres”. Imposible investigar a 118 millones para saber si se cumple esta teoría. ¿Cómo saber si vivimos en el umbral del milagro mexicano, ese instante mágico en que el país despegará como un Boeing 787, o si continuaremos atados a la gris realidad de siempre? ¿Tienen razón los eternos optimistas? ¿O Lula da Silva –que llamó a la gran promesa mexicana una mentira– es un envidioso?
–Pase, pase.
Dijo Ernestina Escalante y me recibió en la sala de su casa en Valle de Chalco, dispuesta a responder si sus hijos y nietos tienen una mejor vida que la azarosa vida que ella ha llevado.
–Llegamos en el 81 y levantamos casitas de lámina y cartón cuando esto era un llano con caballos –recuerda y achina los ojos cafés–. El agua llegaba en unas pipas que se atascaban en el lodo y para tener luz nos colgábamos de la Hacienda Xico. Decir que éramos muy pobres es poco. No teníamos nada.
Entonces en el llano miserable apareció Carlos Salinas de Gortari y lanzó Solidaridad, programa estelar de su gobierno, y en unos años Valle de Chalco tuvo luz, agua, calles pavimentadas, escuelas y hospitales.
Desde entonces, hace 26 años, Ernestina Escalante creció 6 hijos, 16 nietos y 8 bisnietos en su casa de losas blancas y un altar repleto de santos. En la casa viven su hija Magdalena y sus dos hijos. Se culpa de que Magda haya estudiado solo la secundaria, cuando ella era líder de la colonia Jardín y recibía a Salinas y daba la pelea para traer luz y agua al barrio.
Ricardo y Raymundo estudiaron la primaria y son herreros. Virginia comenzó derecho y no terminó, como sucedió con los otros dos hermanos.
La vida de los nietos de Ernestina Escalante es un microcosmos de México, una montaña rusa con luces para unos y sombras para otros.
Lalo, de 23 años, hijo de Ricardo, estudió sicología, trabaja en Iusacell y vive con sus padres. Despertaba a las 4 de la mañana para llegar al Politécnico. Lo asaltaban en la puerta de su casa. Su hermana estudia artes plásticas y el menor estudió hasta la prepa.
Lupita, la mayor de las hijas de Raymundo, se recibió de sicología y trabaja en una empresa. Chano y Miguel Ángel estudiaron la preparatoria y ayudan a su padre. Claudia, de 19 años, estudió para chef, y con su marido trabaja en una tienda Coppel. Aracely, de 17 años, estudia la prepa y es cajera en Elektra. Otros nietos y nietas hicieron la prepa y trabajan como empleados en tiendas de autoservicio.
Magda desea que sus hijos de 15 y 10 años estudien una carrera. Batalla para mantenerlos y eso incluye gestionar los 740 pesos mensuales de oportunidades, el programa fundado por Fox para atenuar la pobreza.
Los hijos y nietos de Ernestina Escalante tienen una mejor vida que sus padres y abuelos, que al llegar a Valle de Chalco no tenían nada. ¿Pero eso es suficiente? ¿Eso es el milagro mexicano?
Me preguntaba de regreso al DF, sorteando los bicitaxis que manejan los desempleados de este valle gris y pobre donde un lunes reciente mil policías desalojaban un predio invadido por cientos de familias que habían levantado casitas de lámina y cartón, sin agua, sin luz, sin pavimentación. Como sucedió hace 26 años, en Valle de Chalco.
El milagro mexicano parece –canta Sabina– un bulevar de sueños rotos.