Mirar morir

“No hay una sola evidencia de que haya intervenido el Ejército. Ni una sola”.
Jesús Murillo Karam.
Antes de que la “periodista” Laura Bozzo presente las investigaciones que –según ella— “sacudirán a México”, y antes de que la masacre de Iguala se convierta en un capítulo más de La Rosa de Guadalupe, sería conveniente ver el documental Mirar Morir, del periodista Témoris Grecko, realizado junto a la asociación Ojos de perro contra la impunidad.
En dicho trabajo periodístico se retrata el estado de terror impuesto en Iguala y sus alrededores desde hace décadas, y el oscuro papel que han jugado las fuerzas armadas, esas cuya honorabilidad, según el presidente Enrique Peña Nieto, “está por encima de cualquier sospecha o duda”.
De acuerdo con la investigación el Ejército mexicano, estuvo al tanto de lo sucedido la noche de los sucesos de Iguala. Y no hizo nada por parar la barbarie de la que se volvió cómplice silencioso, como parte de un entramado de impunidad que lleva mucho tiempo funcionando en aquella zona. El secretario de la Defensa, Salvador Cienfuegos, ha dicho que no puede permitir que sus soldados sean tratados como criminales (¿aunque lo fueran?) y, para garantizar su dicho, ha prohibido la posibilidad de recabar testimonios entre los militares.
El General Cienfuegos dice que es “muy grave” culpar e involucrar a las Fuerzas Armadas en los hechos de Iguala, pero no plantea lo grave que sería que los militares hayan tenido conocimiento de lo sucedido y que, manteniéndose informados al respecto, no hubieran hecho nada, como no hicieron nada en décadas por impedir que el crimen organizado se apoderara de la zona.
Jorge Fernández Menéndez, periodista y guionista de la película La noche de Iguala, que se está exhibiendo en estos días, asegura que pretender que los soldados hubieran ayudado a los jóvenes es “una estupidez, como exigir a los militares que impidan los robos en la zona de Tecamachalco en el DF, porque allí están las instalaciones de la Sedena”. Para Jorge, la investigación sobre Iguala hecha por el Estado mexicano es encomiable y su docufilm se apega la llamada “verdad histórica”.
En el documental Mirar Morir, dicha verdad oficial es cuestionada y documentada con testimonios desgarradores. La investigación no se hizo desde una oficina en la Condesa, como se hace el “periodismo de investigación de hoy”, sino en Iguala, Ayotzinapa, Chilapa, Tlapa y Tixtla; en el basurero de Cocula y en la zona llamada el pentágono de la amapola, donde se produce  42%  de los opiáceos que salen del país.
El documental recoge las voces y las historias de personas que buscan a sus familiares desaparecidos. Son muchos más de 43; tantos, que dice Témoris Grecko: “Los cerros de Iguala son un inmenso cementerio clandestino”. Estremece escuchar testimonios como el de esa señora que busca a su hijo y que, mientras un policía federal que está al fondo manda un mensaje de texto desde su celular, ella dice con la voz entrecortada: “Este dolor es grande, terrible que es. No dormir, no comer, andar… quisiera uno saber. Esa gente no tiene perdón de Dios”.
Vivimos tiempos de tele-invidentes. Mirar la realidad a través de las pantallas oficiales no es necesariamente mirar la realidad. Es mirar su versión maquillada y preparada para consumo masivo e inocuo. De alguna manera, igual que los soldados en Iguala, nos estamos resignando a mirar morir a nuestras hermanas y hermanos.
Por el momento Mira morir se verá en circuitos universitarios y foros independientes. La información puede consultarse en la página www.facebook.com/MirarMorir