Moisés Sánchez desapareció el 2 de enero pasado, en Medellín, Veracruz.
Una decena de hombres armados irrumpieron ese día en su casa, a las siete y media de la noche, y se lo llevaron en alguno de los cuatro vehículos que usaron en el operativo.
Su desaparición no mereció la portada de ningún periódico nacional.
Hoy hay 13 policías municipales arraigados y el alcalde de Medellín ha sido señalado, por las propias autoridades de Veracruz, como el principal sospechoso de la desaparición.
Pero lo cierto es que no hay ningún acusado y no tenemos idea de su paradero.
Moisés es lo que podemos llamar un periodista ciudadano, término que le saca ronchas a muchos compañeros en este oficio: no tiene estudios formales en periodismo, conduce un taxi del que saca para vivir y también para editar un semanario llamado La Unión, juega limpio, entiende las preocupaciones de la gente, no persigue funcionarios con la grabadora prendida para ver qué declaran… (LEE EL ARTÍCULO EN ANIMAL POLÍTICO)
Y reportea mientras recorre su ciudad.
Desde su taxi cuenta todo lo que ocurre en ese municipio, que está a sólo 20 kilómetros del puerto. Como se ha dicho una y otra vez, lo mismo reporta una luminaria descompuesta que la violencia creciente que afecta el municipio.
Gracias a eso es que lo llaman un “periodista incómodo”, un “activista social”.
Porque en este país, en municipios como Medellín y tantos más, se considera verdaderamente “revolucionario” usar una tribuna para denunciar y documentar lo que padece cualquier vecino: un semáforo descompuesto, un bache, pero también un funcionario corrupto, un trámite engorroso, un crimen, una extorsión. Vida cotidiana, pues.
El periodismo es, así como suena, subversivo.
¿Cómo se atreve Moisés a denunciar a un funcionario corrupto?
Desde la Ciudad de México (¡Con todo y los riesgos que vivimos por cubrir una simple marcha!) es frecuente que olvidemos los riesgo de ejercer el periodismo. El riesgo de que te cueste la vida tomar una foto, incomodar a un funcionario y que éste mande a sus policías para desaparecerte o reportar un crimen.
Lo peor es que es muy probable (9 de cada 10 casos) que no sepamos quién fue el responsable o que todo termine en alguien injustamente detenido, gracias a una investigación amañada.
Moisés es, pues, un taxista-periodista. Y hay que recordar que Gregorio Jiménez, a quien mataron también en Veracruz hace un año, ganaba 20 pesos por cada nota publicada.
Ambos habían sido –desde la lógica de sus captores y de las propias autoridades- revoltosos, inconformes, peleoneros, activistas… Han sido simplemente periodistas, empeñados en contar lo que pasa, en revelar lo que alguien no quiere que se sepa. Insisto: subversivos.
Con cuánta frecuencia nos olvidamos que esa es la vocación y el valor de este oficio. Tan seguido como olvidamos lo peligroso que sigue siendo.
Moisés lleva dos semanas desaparecido. Ojalá aprendiéramos de su oficio y su compromiso, de su “activismo”.
Y ojalá no olvidemos que la exigencia sigue vigente: lo queremos de vuelta.