Peligro, hombre cerca

La colonia donde me crié durante mi adolescencia tenía un visitante frecuente: aprovechaba cuando veía niñas para abrir su gabardina y mostrarnos su condición de Adán recién traído al mundo. La primera vez que apareció andaba a pie; la segunda, en bicicleta. Para la tercera ya se había sofisticado y se transportaba en auto.

Mi banda de amigas y yo nos supimos sus víctimas el día que una compañera del colegio nos contó que el sujeto había reaparecido. Desde niñas siempre nos tuvimos que cuidar de ese y otros depredadores sueltos. Ya adulta no me salvé de una manoseada en el Zócalo, en pleno Grito de Independencia (al que sumé mi propio grito). Otro día fue en el baño de un cine cuando descubrí, tirado en el piso, a un hombre-cangrejo-contorsionista asomando su cabeza.

La primera vez que leí que hombres y mujeres eran separados por la policía en el transporte público de la India me pareció un extremo, pero cuando experimenté el Metro de la Ciudad de México en hora pico entendí que no lo era. Muchas veces he agradecido esa medida.

Durante las últimas semanas en las redes sociales han sido constantes las denuncias de acoso, violencia y abuso sexual sufridas por varias mujeres valientes que se atrevieron a hacerlas públicas. Las víctimas, además cierta solidaridad, han recibido una tunda de comentarios de odio donde las califican de putas, merecedoras de ser violadas. Las mujeres que salen en su defensa de inmediato son insultadas y obligadas a callar con el insulto de “feminazis”.

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El mundo artístico es otra expresión de ese manifiesto odio contra las mujeres y no sólo por el cantante que agarró fama con el video donde quema viva a su novia pues otros muchos respetables del género han hecho sus contribuciones propias, pero a esos nadie los ha cuestionado.

No sólo ocurre en esta ciudad. En Veracruz  están los violadores que grabaron su delito. Constantemente en la prensa se publican notas donde se pone en duda a las víctimas de delitos que no se mostraron desvalidas o se culpa de su muerte a las mujeres asesinadas.

La violencia se refleja en otros ámbitos. Muchas veces noto que cuando se habla de mujeres reporteras que sufrieron una amenaza sus pares varones las califican de histéricas, locas, víctimas fingidas o necesitadas de publicidad, pero cuando son hombres nadie cuestiona.

El patrón de las amenazas contra mujeres periodistas no se parece a los de los hombres: a colegas se les han metido a la casa y les dejaron claro que les revolvieron su ropa interior, les dejaron la tapa del baño levantada para mostrar que un hombre estuvo ahí, las insultan con cuestiones relacionadas con su sexualidad, las amenazan con hacerle algo a los hijos o –como en el caso de Regina Martínez- antes de matarla le dejaron claro que se bañaron en su regadera y usaron su jabón. A las defensoras de derechos humanos les va igual.

Un estudio del diario londinense The Guardian encontró que de cada 10 periodistas cuyas notas reciben los comentarios mas agresivos, ocho fueron escritas por mujeres; resultados que bien pueden aplicarse a México.

Otra muestra de esa violencia con escalas institucionales es el video que circula estos días donde una mujer policía y una soldado (que asumieron las formas institucionales machistas) torturan, junto a otros colegas, a una mujer guerrerense a la que intentan sofocar.

De pronto, al partir una rebanada de la realidad y revisar detenidamente esa muestra parecería que respiramos un aire denso que asfixia. En esta sacudida retrógrada los violentos machos neandertales se han asomados, envalentonados, para recordarnos su presencia. Pero nosotras no vamos a dejar de salir a la calle, a usar taxi en vez de transporte público, a abandonar la minifalda, a dejar de ir al Zócalo o a callar nuestras opiniones. #NoalasViolenciasMachistas