Hace menos de un mes me mudé temporalmente a Estados Unidos; tomo clases en la afamada Kennedy School, en Harvard, la facultad donde se forman políticos y presidentes del mundo entero, donde yo era una mexicana anónima… hasta la última ocurrencia de Peña Nieto.
Desde entonces no he dejado de sentir el escrutinio de la gente a mi alrededor que, cada vez que se entera de mi nacionalidad, me pregunta: ¿Por qué tu Presidente invitó a Trump?
En algunos percibo la sonrisa malicia de quien sabe que acaba de hacer una pregunta sin respuesta, en otros la indignación —como noté en un famoso maestro que luchó al lado de César Chávez por las condiciones laborales de los migrantes mexicanos—, aunque la mayoría la formula con cara de what? o de ‘mi no entender’.
En defensa de la reputación nacional intento masticar respuestas. No pienso soltarles las ridículas explicaciones inventadas en Los Pinos para justificarse. ¿Quién creería que Peña invitó al ofensivo candidato y enemigo número uno de los mexicanos a escupirnos en la cara, dentro de nuestra propia casa, para evitar la caída del mercado que supuestamente estaba en riesgo por su candidatura que ni siquiera lograba despuntar? ¿O que era para defender a los paisanos, hablarle bonito de ellos, convencerlo de que no son violadores o asesinos, y hacerlos desistir de construir ese muro que es su propuesta de campaña?
LEE LA COLUMNA ANTERIOR DE MARCELA TURATI: LAS VENTAJAS DE SER VIAJERO
Esas mentiras que las explique la cancillería. Cualquier explicación posible es de peña ajena —aunque sería ajena si no se tratara del presidente de mi país—.
Por eso yo sólo empiezo con un convincente “because he is very ignorant” e intento resumir en segundos los desatinos de su sexenio, para terminar defendiendo el honor diciendo que los mexicanos consideramos el hecho una traición a la patria y que el grito que daremos el próximo 15 de septiembre será: #RenunciaYa.
La visita del magnate a México sigue presente en los medios, como una pesadilla. Los comentaristas de las cadenas de televisión que transmitían desde Arizona el discurso racista de Trump no dejaban de mencionar sorprendidos que justo ese día había estado con el presidente mexicano como si fueran grandes estadistas. Las columnas de los diarios tampoco sueltan el tema intentando encontrar lógica a la estupidez y medir el tamaño del error. A partir del día maldito, crece en las encuestas el candidato enemigo del mundo entero, como impulsado por un cañón.
Los periodistas que encuentro en algunas cenas ahora dejan de sonreír burlones al referirse a la menospreciada candidatura del representante del odio y la xenofobia. Los paisanos, y muchos migrantes, no la están pasando bien.
P. D. Señor Peña, ya sabemos que no puede. Renuncie.