Vaya que se puso bien la noche del domingo en El Ángel chilango, la Macroplaza regia y la Minerva tapatía. “México celebra graciosamente el Oscar de Leo”, tituló así un medio extranjero la nota sobre los festejos al triunfo del renacido actor estadounidense, por donde desfilaron fans con osos de peluche o pieles de animales que antes adornaban algún sillón de su casa, hechizas estatuillas del Oscar y falsos DiCaprios vestidos de smoking dando conferencias imaginarias. Todos unidos al hilarante grito “¡Le-o-her-ma-no-ya-e-res-me-xi-ca-no!”.
Siempre me ha fascinado nuestra capacidad vernácula para autoinvitarnos al Guinness de lo insólito, como aquella tarde en la que 13 mil 547 paisanos con guantes blancos (y no eran Halcones) homenajearon a Michael Jackson sacudiéndose al ritmo de Thriller. O los 39 mil 897 besucones que hicieron historia el Día del Amor en la Plaza Mayor. Y qué decir de los nueve mil 806 muertos vivientes que infartaron a más de un transeúnte por Paseo de la Reforma. Eso sin contar las concentraciones de falsos Beatles, encuerados y encueradas, mariachis, chefs y catrinas, o los 22 mil gritones que alcanzaron 122 decibeles al mentársela al saliente gobernador jalisciense, como tantas otras inscripciones en el libro de récords.
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Como incipiente analista de la reacción ciudadana (me pregunto siempre ¿por qué esta nota y no aquella tiene más megustas?, ¿qué hace algo viral?), últimamente me divierto fantaseando: ¿qué pasaría si hubiéramos festejado al estilo DiCaprio el encarcelamiento de Moreira en España? ¿O si, al momento de que se dio la noticia, un ejército de zombis hubiera invadido La Casa Blanca de Peña y Gaviota manchado con vísceras pegajosas sus cristales, aventado pedazos de cerebro a sus asustados inquilinos y chorreado su piscina con falsa sangre? ¿O si los Anonymous, además de castigar a maltratadores de animales, amenazaran a políticos probadamente cínicos y corruptos y les dieran un plazo de 24 horas para excusarse de sus fechorías ante las cámaras? ¿O por qué no hacer un carnaval con enormes mojigangas bailarinas al ritmo de batucada y huapango afuera de las representaciones de Veracruz en el mundo para emplazar a ese gobierno de cleptómanos a que regrese el dinero robado y exigir justicia por nuestros muertos y desaparecidos? ¿Y qué podríamos armar para protestar por la quiebra de Pemex? ¿Otra megamentada o acaso una aglomeración de luchadores enmascarados antitecnócratas? ¿Y contra la inseguridad? ¿Y por las personas desaparecidas?
Mis fantasías siempre pierden alas cuando les nacen preguntas: ¿por qué carecemos de imaginación para las causas ligadas a la vida, y siempre falta gente y nos cuesta salir de manera espontánea? ¿En estos tiempos líquidos todo cambio requiere su defensa en las calles? ¿Espectaculizar para sumar adeptos es la clave de las causas que hacen nido? ¿Siempre tiene que haber un actor de Hollywood entre los abajofirmantes para conseguir firmas; el mensaje tiene que acompañarse de perfomances para viralizarse?
En su excelente libro En la niebla de la guerra, el investigador del CIDE Andreas Schedler plantea que en estos tiempos de violencia criminal organizada, además de tener un Estado fallido, quizás somos una sociedad fallida. Algunas de las explicaciones a nuestra paraplejia son la nebulosa confusión sobre qué pasa y quién está de qué bando, las responsabilidades difusas, el sospechosismo hacia las víctimas, la sensación de que nada cambia, la certeza de que quienes debieran protegernos están coludidos con los criminales.
Yo tampoco tengo respuestas hacia qué nos sorprende o nos deja indiferentes, y cómo y cuándo reaccionamos. Sólo sé que, si aquí se arma el carnaval-protesta-mentada por Veracruz, me uniré gustosa al contingente.