Nadie preguntó por ellos. No fue tema. Para los reporteros que asistieron ayer a la rueda de prensa de la PGR y otras autoridades, no fue importante preguntar quiénes son entonces las 28 personas que se encontraron en una fosa en Guerrero. Lo importante para todos no fue su identidad, sino confirmar que no se trataba de los estudiantes de la escuela Normal de Ayotzinapa.
Sin duda se trató de una buena noticia para los padres de los jóvenes desaparecidos, todavía hay esperanza y qué bueno, aunque el descubrimiento de cuatro nuevas fosas y el terrible paso de los días sin saber de ellos, no es un buen augurio. Pero ¿qué pasa con los padres, madres, hermanos y amigos de las 28 personas que sí estaban enterrados ahí? Ellos también merecen respuestas y tienen derecho a saber quienes y por qué los mataron.
La estampa, transmitida ayer en vivo por los principales canales de noticias del país es un fiel reflejo de cómo en México hay ciudadanos de primera y de segunda, incluso después de la muerte. Se entiende, claro, que en este momento la pregunta que todos nos hacemos es qué pasó con los estudiantes, dónde están, quién se los llevó. Sin duda esa es la noticia que le ha dado la vuelta al mundo.
¿Pero es menos grave saber que hay 28 personas asesinadas cuyas identidades no conocemos? En otro momento, quisiera pensar, esa sería la noticia de todos los diarios del día siguiente. Pero sospecho que ahora no será así, que la nota serán los nuevos policías capturados, las implicaciones políticas de los hechos o la confirmación de que no han encontrado a los estudiantes. Lo otro, me imagino y ojalá me equivoque, no será un nuevo tema de preocupación nacional.
Y esta indiferencia tiene otra expresión de la que casi no se habla, y es la angustia inimaginable de quienes recorren el país buscando a sus familiares desaparecidos. Es la otra cara de estas fosas comunes, destino de algunos de esos mexicanos que un día salieron y nunca volvieron a su hogar.
Bien lo dijo hace unos días Juan Pardinas en Reforma, “la identidad de un país se construye con sus evocaciones, pero también con sus indiferencias”, y la idea de que hay muertes que requieren explicación y muertes que son parte del paisaje, es una imagen brutal que nos debería aterrar como sociedad.
Sin duda son días tristes para México, pero también podría ser un tiempo para pensar qué hemos hecho con el país, y qué tendríamos que hacer para dejar de tener mexicanos de primera y de segunda, estén vivos o muertos.
(MARIO CAMPOS/ @mariocampos)