¡Pobre Museo del Telégrafo!
Nadie lo pela porque vive a la sombra del Museo Nacional de Arte (Munal), con el que comparte edificio. Los visitantes pasan de largo, porque aunque la entrada sea gratuita, el acceso es muy discreto y no tiene letreros gigantes.
Ay, pero qué bonito es, por donde uno lo vea. Primero está el interés arquitectónico y artístico. En esta ala del Palacio de Comunicaciones —función original del inmueble— se observa perfectamente el contraste entre la estructura sobria y los detalles barrocos del interior. Mármol rosa, latón, maderas preciosas y herrería florentina son elementos que hoy no nos podríamos imaginar en ninguna construcción de gobierno. Visualmente, lo más espectacular son los plafones con pinturas que hacen alegoría —hermosamente cursi— de las telecomunicaciones, con mujeres que representan a Europa y a México y los mensajes que intercambian a través del Atlántico.
Luego está el lado tecnológico. Ahora mucho WhatsApp y nos burlamos de las oficinas que hasta hace poquito tenían fax, pero nomás de entender lo que fue crear esta tecnología tan innovadora, que cambió la forma de comunicarse entre la gente, uno se queda boquiabierto. Las máquinas son de interés ingenieril y también estético, porque son muy fotogénicas, sobre todo ahora que la onda steampunk está de moda.
Por último, está lo histórico. El telegrama fue crucial en los grandes cambios y procesos de México y el mundo en los siglos XIX y XX. Como muestra, mensajes de Ignacio Zaragoza, Lázaro Cárdenas o Dr. Átl. ¡Y los de la Revolución! Y el elemento nostálgico: el museo muestra el fin del uso del código morse en el sistema de telégrafos mexicanos, en 1992, cuando el telegrafista Romeo Jiménez se despidió de él con las palabras: “Adiós mi Morse querido, adiós …”. No estoy llorando, tú estás llorando.
El Museo del Telégrafo está en Tacuba 8, en el Centro Histórico. Abre de martes a domingo de 10:00 a 17:30 y participa en la noche de museos.
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