En México parece que hemos olvidado hablar de la pobreza y la desigualdad.
Si rastreamos lo que se ha publicado sobre el tema y lo comparamos con los espacios que le hemos dedicado, por ejemplo, a la violencia, no hay comparación posible.
No es difícil de entender la razón: lo urgente es que en México son asesinadas más de 50 personas cada día, que 9 de cada 10 delitos quedan impunes, que las violaciones a los derechos humanos no paran, que los gobiernos no han atinado a definir una ruta clara de combate al crimen organizado…
Y en contraste, nos hemos acostumbrado a vivir con 60 millones de pobres, cuyo ingreso no alcanza para vivir dignamente.
Vigilamos, en la medida de nuestras posibilidades, las políticas públicas sobre seguridad, pero olvidamos preguntarnos por qué 25 años de programas de combate a la pobreza no han tenido resultados o qué hemos hecho para frenar una creciente desigualdad, que hoy hace que en México el 10% más rico gane 30 veces más que el 10% más pobre.
¿Cuándo dejó de sorprendernos que uno de los tres hombres más ricos del mundo viva en el mismo país en el que a 20% de la población simplemente no le alcanza para comer?
Peor aún: no hay motivos para ser optimistas. México es uno de los países con más desigualdad en el mundo. En América Latina tendríamos que compararnos con Haití.
Y por supuesto no se trata de olvidarse de la violencia para hablar de desigualdad. Bastaría con recordar que la pobreza y la desigualdad, junto con problemas asociados a esto, como los bajos niveles de educación, también han sido determinantes en temas como la violencia o la criminalidad.
No es uno u otro. Van de la mano.
Pero el problema va más allá, cuando revisamos los datos de un estudio de Oxfam México, elaborado por el economista Gerardo Esquivel, que se presenta hoy, llamado “Desigualdad Extrema en México”.
Esquivel nos recuerda lo poco que se ha trabajado sobre el tema y sirve para dimensionar el tamaño del problema (el 10% más rico de México concentra 64% de la riqueza), pero sobre todo la ausencia de soluciones: ninguna de las sucesivas reformas fiscales, por ejemplo, ha contribuido en la redistribución de la riqueza.
A la par de este estudio, en Animal Político publicamos un reportaje con información que busca ponerle rostro a la desigualdad. Destaco sólo un dato que ilustra bien de lo que hablamos: en el Centro Santa Fe se venden bolsas de 690 mil pesos. Y en ese mismo Centro Santa Fe se pagan 19 pesos la hora a la señora que hace la limpieza.
Con base en estos datos y en el estudio de Gerardo Esquivel, toca insistir que este debería ser también un problema urgente.
Y que tenemos la obligación de exigir políticas salariales, fiscales o de combate a la pobreza con resultados medibles, que realmente estén orientados a enfrentar un problema creciente.
Hoy, por lo pronto, los números son claros: los gobiernos no sólo no han sabido disminuir la pobreza, sino que intencionalmente han contribuido a concentrar la riqueza. A esto hay que ponerle el foco, como un problema importante y urgente.