El sábado 10 de octubre The New York Times publicó un artículo llamado “The refugees at our door”, en el cual se denuncian las medidas del presidente Barak Obama para evitar que los migrantes centroamericanos lleguen hasta la frontera entre México y Estados Unidos. Tan sólo en el año fiscal que terminó en septiembre, el gobierno de Obama otorgó al nuestro decenas de millones de dólares para auspiciar la “cacería de migrantes” y regresarlos a Honduras o El Salvador, donde en la mayoría de los casos los espera la muerte, si no es que los matan antes en nuestro territorio. El artículo ha causado conmoción en las redes sociales pues vuelve oficial algo que ya sabíamos desde hace mucho tiempo, que México es el colador de Estados Unidos, el Doberman que cuida sus fronteras, y el que lleva a cabo sus labores más sucias de intendencia.
En su recorrido hacia Estados Unidos, los migrantes sufren robos, violaciones, torturas y muchas veces terminan asesinados. Sabemos de este infierno a través de los relatos desgarradores de quienes han sobrevivido, pero también de obras como el documental María en Tierra de Nadie de la Salvadoreña Marcela Zamora, los ensayos de su compatriota Oscar Martínez o la reciente novela de no ficción del mexicano Emiliano Monge, Las tierras arrasadas.
El artículo publicado por The New York Times compara esta crisis de migración con la de los refugiados sirios en Europa, que provocó un escándalo en Estados Unidos poniendo de manifiesto la doble moral típica de nuestros vecinos: Estados Unidos acepta dar asilo a miles de sirios pero rechaza sistemáticamente a los centroamericanos. ¿Cuál es la diferencia entre unos y otros? Llama la atención que entre las preguntas que se hacen los compatriotas de Obama acerca de la violencia en el continente no se formulen estas: ¿de dónde vienen las armas que usan salvadoreños mexicanos y hondureños para matarse entre ellos? ¿Quién es el mayor beneficiado de esas guerras internas? ¿Por qué no le interesa a Estados Unidos solucionarlas en vez de mandar a la muerte a sus víctimas más indefensas? Las respuestas son muy simples. El negocio de venta de armas en América del Norte es mucho más redondo que combatir en Irak o en Afganistán. ¿Para qué exportarlas a Asia si pueden quedarse relativamente cerca? Por cierto, tampoco hace falta ya mandar tropas de soldados a morir lejos de casa, ya que esa gente está dispuesta a exterminarse a sí misma. Se recordará a Barak Obama por su actitud pacífica en Medio Oriente, en comparación con la de sus predecesores, pero es hora de que las buenas conciencias estadounidenses empiecen a cuestionarlo por su participación en el programa “Rápido y furioso” y por la tragedia descomunal que ocurre todos los días entre nuestras fronteras del sur y las que tenemos con ellos.