El cofre de la camioneta, último escudo de los Madrigal, no les sirvió de nada. Tirada en el pavimento, agujereados su torso y piernas, Hilda abraza a su primo Guillermo. Entre ambos brota un charco de sangre. Y hay dos personas más: a la derecha está abatido Miguel, hermano de Hilda, también con el vientre perforado. Su brazo se estira bajo el cuerpo de su esposa Berenice, lo último que la piel de ese joven sintió en vida.
Como reses en un rastro, entre vísceras, heridas, fluidos, olvidada esa carne que minutos atrás era gente, la foto más cruda de la masacre de Apatzingán muestra los cadáveres de Hilda (28 años), Guillermo (23), Berenice (22) y Miguel (25), quien un rato antes de morir clamaba por un radio: “Hijos de su puta madre, están rafagueando con una ametralladora los putos. Se nos acaba de morir un compañero aquí en las manos. ¿Nos vamos a quedar o qué? ¿Nos vamos a quedar a morir?”.
¿A quiénes llamó “los putos”?
El comisionado para la Seguridad en Michoacán, Alfredo Castillo, declaró en enero sobre los Madrigal y los otros fallecidos en el enfrentamiento del día 6: “Murieron en fuego cruzado”. Y ya. Con esas cuatro palabras cumplía su misión, decir a los mexicanos: olviden a esos delincuentes. Eso era todo lo que el amigo del presidente Peña quiso que supiéramos.
Pero el domingo la periodista Laura Castellanos contó otra historia. Esos cuatro muertos pertenecían a la Fuerza Rural: “hombres forjados en la pizca del limón, protestaban (en la alcaldía) porque su grupo había sido disuelto por Castillo 20 días antes sin pagarles sueldo alguno, sin consumar su objetivo y porque enfrentaban nuevas incursiones de templarios en sus localidades”.
Infamia 1: Castillo los empleó para que entraran en la sierra y atraparan a La Tuta y su grupo. Inepto y/o cobarde para la búsqueda y captura de criminales, el gobierno federal –pese a tener dinero, armas y tecnología- convenció a pobladores de que ellos les hicieran el trabajo en el infierno michoacano.
Infamia 2: pese a que los Templarios seguían actuando, el gobierno disolvió a la Fuerza Rural, última esperanza de un pueblo abandonado por la autoridad.
Infamia 3: el gobierno que expuso a los rurales a peligros espeluznantes ni siquiera les pagó.
Infamia 4: a esos mexicanos que aceptaron servir al gobierno, ese mismo gobierno los acribilló con su Policía Federal. El patrón mató a 16 de sus obreros.
Y el reportaje dio otro dato: seis manifestantes “portaban pistolas registradas y las pusieron en el piso. Los demás cargaban palos y ramas de limonero”.
Sí, para defenderse contaban con ramas de limonero.
Castillo, apenas premiado con la dirección del deporte nacional, respondió al contenido del reportaje diciendo: “no es un tema que me atañe”.
Si no le atañen sus muertos, que al menos la foto de Hilda, Guillermo, Berenice y Miguel, abrazados y asesinados, lo persiga hasta el último día de su vida.
(ANÍBAL SANTIAGO)