Entre cerveza y cerveza, hablaba con mi amigo documentalista César Balan sobre la posible renuncia del gobernador Ángel Aguirre, y exclamó: “¿Y si se va qué? Llegará un cabrón peor”. La charla siguió con el oscuro velo que nos cubre a todos desde los asesinatos de Tlatlaya y las desapariciones de Ayotzinapa.
-¿Te das cuenta? –dijo-. Un día pensamos que ya tocamos fondo, y al otro día vemos que se puede estar peor.
-Cosa de echarle ganas-, sonreí y revisé en mi celular una noticia fresca: según la PGR, los 28 cuerpos de las fosas de Guerrero no eran los alumnos secuestrados. Pensé “qué alivio, aún pueden estar vivos”, y al instante, gracias al tuit de la periodista @Katilunga, advertí el horror de mi reflexión: “ ‘Tranquilos, los muertos de la fosa no son ESOS muertos’ Dormiremos peor de como despertamos: con 28 muertos más de los que nada sabíamos”, escribió.
Alcé la mirada y le dije a mi amigo: “¿Sabes?, desde las desapariciones de los normalistas siento que México no pudo, que lo intentamos pero fue imposible construir otro país, que está todo perdido”.
“¿Entonces?”, respondió y añadí: “es extenuante que, al paso de los años, sociedad y periodistas (muchos investigando con valentía) giremos en el mismo lamento: ¡pinche gobierno!”. ¿Cuántos años más verbalizar el dolor? ¿100? ¿Cuántas veces más marcharemos, cuántas masacres más contaremos?
Iturbide firmó la Independencia hace ya 193 años y aún no podemos ser un país sin violencia, impunidad y caos demenciales.
De pronto, me llegó una imagen: “¿Qué haces si caes a una alberca, no sabes nadar y te estás ahogando?”, pregunté a César. “Pedir auxilio”, contestó. “Exacto, es hora de pedir auxilio fuera de nuestro territorio, la alberca donde nos estamos ahogando”. Disertamos sobre la soberanía y coincidimos en que no se trata de traicionar al “Mas si osare un extraño enemigo profanar con su planta tu suelo” pidiendo a los gringos o a los holandeses que nos invadan para salvarnos. No, a gobierno y sociedad le llegó la hora de rendirse, de capitular, de admitir “por alguna razón no hemos sido capaces” y con humildad gritar “¡auxilio!”.
Y eso, creo, significaría ver qué país tiene el más impecable sistema de justicia (leí que Dinamarca), el gobierno más eficiente (Japón), el mejor aparato de derechos humanos (Suecia), y pedirles, pagarles a sus figuras para que vengan y por un buen tiempo instrumenten con nosotros la reconstrucción nacional. No con su voraz inversión petrolera o su maquila humillante, sino con su inteligencia en áreas clave del desarrollo. ¿Qué perderíamos? Nos urge la ayuda de mujeres y hombres que han vuelto ejemplares a sus países. La vida es una, el tiempo vuela y todos queremos gozar una nación honorable antes de nuestro funeral. Y a este paso, eso es una quimera.
Auxilio. No podemos solos.
(Aníbal Santiago / @apsantiago)