Recuerdo haber participado de niño en ondas de 50 mil personas que se desplazaban a toda velocidad por la circunferencia del Volcán. Aquél oleaje humano sucedido en un graderío ardiente de Monterrey era desatado por una jugada excepcional ocurrida en la cancha: uno de esos goles poéticos que de vez en cuando se dejan ver, y entonces, el estadio respondía con poesía. Algún sector de la tribuna marcaba el inicio de la coreografía masiva más emocionante que me ha tocado realizar.
Creo que la primera vez que me puse de pie y levanté las manos al ritmo de una ola en la tribuna fue en un partido de Tigres contra Chivas, mi equipo preferido por herencia familiar. Precisamente gracias a mi familia supe que “la ola” había sido dada al futbol por los aficionados regiomontanos y se había vuelto famosa a nivel internacional durante un reñido empate a cero entre México y Alemania, ocurrido en la etapa de cuartos de final del Mundial de México 86, el cual se dirimió en una tanda de penales que la Selección Mexicana ejecutó de manera desafortunada.
Antes de ese partido, “la ola” había sido usada en pequeñas arenas de hockey y basquetbol de las ligas profesionales de Estados Unidos, pero fueron los aficionados de Monterrey quienes se quedaron con la patente mundial. Incluso, hasta donde entiendo, fuera de México, “la ola” es llamada “la ola mexicana”.
Hace unos meses vi un raro documental de la BBC sobre los perritos de la pradera mexicanos en el que un investigador británico explicaba que estos curiosos roedores en peligro de extinción tenían un sistema colectivo de alarma que funcionaba igual que “la ola mexicana” (así la llamaba: mexicana).
“La ola mexicana” de los perritos de la pradera, de acuerdo con el investigador, consistía en que cuando un depredador se acercaba a su territorio, un primer perrito de la pradera vigía estiraba su cuerpo y luego el más cercano hacía lo mismo y el siguiente también, no una sino varias veces y de manera coordinada, hasta que todos los perritos de la pradera a la redonda estuvieran enterados.
Las imágenes de este perfomance animal parecían una animación de Pixar no un trabajo audivisual de campo en los llanos de Chihuahua.
Ese documental no es el único estudio científico internacional serio que se fascinó con “la ola mexicana”. Hace más de una década, vino a México un grupo de estudiosos rumanos a medir la velocidad de las “olas” en varios estadios del país y no se fueron de regreso a Europa, sino hasta que encontraron la ola perfecta.
Sin embargo, en este Mundial de Brasil, “la ola” es un anacronismo rebasado por el bien entonado grito de “puto” cuando un portero rival despega el balón.
En mi familia regiomontana dicen que el grito de “puto” dedicado a los porteros cuando despejan, es también una invención de la afición de Monterrey, aunque mis amigos de Guadalajara aseguran que quien lo recibió por primera vez fue el portero de las Chivas, Oswaldo Sánchez, a su regreso al equipo después de haberse ido a jugar una temporada con nuestro archirival América. De ser esto cierto, el grito que incomoda a la imperturbable FIFA por la homofobia implícita, inició como una broma pesada de la afición de las Chivas con uno de sus jugadores más queridos.
Es obvia la distancia entre la poesía medio cursi de “la ola” y la prosa incorrecta de “el puto” en un estadio de futbol. Entre una y otra me quedo con la nostalgia de “la ola”
(DIEGO ENRIQUE OSORNO / @diegoeosorno)