Bajé y aún está en la puerta del departamento 103 el tapete que puso hace poco: unos pinos se alzan como centinelas de tres cabañas sobre las que cae nieve. Bajo esa imagen navideña, la palabra “greetings” recibe a los visitantes.
-¿Tú vas a ser mi vecino?-, preguntó con su voz arenosa.
-Sí.
-Me llamo Socorro pero dime “Soco” y nunca me hables de “usted”-, ordenó con su sonrisita astuta.
Al volvernos a cruzar le dije “¿Cómo está?”. Ante la ausencia de la “s” final me reclamó: “¿No te acuerdas lo que te pedí?”.
Ya no volví a fallarle.
Nos encontrábamos y en un toque breve hablábamos del país, de su gusto por caminar en el parque, de lo raro que le parecía que como papá separado tuviera la custodia compartida de mi hija.
Cuando en el predio contiguo inició la construcción de un edificio que nos ha ido cubriendo de sombras, Soco (por 50 años secretaria del publicista Gonzalo Garita) confesaba su dolor por la partida del sol que inundaba su hogar.
Y una noche, al verme furioso con otra vecina que exigía sacar mi bici del garage, me calmó: “Aníbal, ¿vale la pena pelearte así?”. Se oponía a las batallitas cotidianas que amargan la vida.
Al volver mi hija de la escuela, Soco abría su puerta: “¡Baja, preciosaaa!”. La pequeña obedecía, platicaban un rato y regresaba con una paleta Payaso. Una octogenaria supo ser amiga de una niña de 7. La edad jamás postergó sus alegrías: se casó a los 51 años con su amado José Galindo, y enviudó hace cinco.
Días atrás mi hija me dijo: “Es mi abuelita del edificio”. Le conté a Soco, que me respondió: “¿Qué te extraña? ¡Claro que soy su abuela del edificio!”.
Su último llamado a todo pulmón sonó el 3 de diciembre. La nena bajó y volvió con una radiante pulsera de piedras verdes, su regalo de cumpleaños.
Poco después, un infarto llevó a Soco al hospital. Mi hija le envió un dibujo que la mujer pegó junto a su cama en el Centro Médico. Al voltear, nos veía pintados a los tres en un parque y rodeados de varias palabras de aliento; entre ellas, “Resiste”.
Socorro Eugenia Izquierdo Martínez no resistió. Le faltaron 5 días para llegar a la Navidad que anunciaba su tapete, y ya no debió vivir bajo las sombras del edificio de junto. De 81 años, hija única y sin hijos, se fue con aquel dibujo infantil junto a su mano. A través del vidrio que mostraba su cuerpo inerte, leí en esa hoja el mensaje que sentíamos muchos: “Soco, te queremos”.
En un México que acaba 2014 devastado, Soco saludaba, conversaba, ayudaba, preguntaba. Nos enseñó que ser buena gente en nuestra geografía inmediata también es, en medio de un país con tanto dolor, un acto de rebeldía.