Barack Obama dio su penúltimo mensaje del estado de la nación –una suerte de informe presidencial– ante el Congreso norteamericano y lo hizo ‘a la Obama’: emotivo, audaz y retador.
Con mensajes cruzados y poco eficaces, Obama peleó con los republicanos por prácticamente todo y, entre él y la demencia de los utlraconservadores integrantes del Tea Party, polarizó al país del más potente bipartidismo como nunca antes (encuestas del Pew Reserach muestran una brecha política sin igual entre republicanos y demócratas).
Pero llegó diferente a este mensaje, sin la presión de reelegirse o de cuidar los votos demócratas en las intermedias. Para confirmar su mensaje de que no haría más campañas dijo que las dos que mas habían importado en su vida ya las había ganado.
Lo hizo valiente, habiendo restablecido la relación con Cuba, roto el cerco migratorio, y con una agenda de impuestos a los ricos y a los financieros –a quienes coloca como los nuevos villanos del American Way of life.
Con bríos advirtió que sus últimos años en la presidencia serán un vendaval. Hará lo que no logró en 6 años y pondrá a Estados Unidos a girar. Y puede ser que lo logre.
Se puso del lado de la economía de la clase media: apoyos fiscales, derechos de maternidad e incapacidad, universidades gratuitas, gasto en infraestructura y mayor salario mínimo.
La economía de ese país está en franca recuperación; sus niveles de autonomía energética no tienen precedentes, el empleo y el gasto en consumo van en aumento; el valor de los bienes raíces crece y, frente a las otras potencias económicas descompuestas o en desaceleración, Estados Unidos se perfila a recuperar el lugar como economía de nuestro planeta.
Este es el Obama que tendremos. Uno que no se detendrá a conciliar con los ultras y que en ello podría ser exitoso, incluso a pesar del riesgo de seguir polarizando a su nación. Uno que confirme la esperanza de la gente que lo eligió.
Este es el Obama puede ser el que necesita Estados Unidos para crecer. Puede ser el que sus ciudadanos merecen.