En unas horas La Bestia se deslizará sobre las calles de Toluca con arrogante libertad. La limusina de Barack Obama no encontrará en el camino un bloqueo vecinal ni una manifestación de la CNTE. Nada la detendrá. Para que la comitiva avance veloz ha sido retirado todo: hasta los topes del centro de la ciudad. Uno debe tratar a un vecino con cortesía, pero no recuerdo que para recibir a Calderón y Peña Nieto el Servicio Secreto retirara del parque frente a la Casa Blanca a los mendigos o a la señora que protesta contra una guerra. Ni que ordenara pintar las viejas casas alrededor del Instituto Cultural de México cuando los presidentes se encontraron ahí. O retirar un semáforo para que la comitiva se desplazara sin obstáculos. En Estados Unidos la visita de un presidente mexicano es una visita más. ¿Pero qué sucede cuando viene un presidente norteamericano? El gobierno enloquece. Estuve en Toluca y confirmé que con 100 milllones de pesos y una tonelada de pintura y cemento, igual que el rostro de una belleza apagada renace con Botox, hasta la ciudad del chorizo puede parecer bella. Gracias a la visita de Obama el gobierno aceleró las obras para remozar La Alameda, el Paseo Colón y pintó la desgastada fachada de la Iglesia del Carmen. De un día a otro, Toluca dejó de ser Betty la fea. Para resguardar la visita 2 mil empleados de gobierno descansarán tres días y las escuelas cerrarán. ¿Qué pretende el gobierno? ¿Adular a Obama? ¿impresionar a Obama? Todos los presidentes tienen obsesiones. Salinas llevó a Bush padre a Agualeguas. Fox a Bush Jr. al rancho de San Cristóbal. Peña Nieto llevará a Obama a la capital del Estado de México, que no es Los Cabos, Guadalajara, Mérida o Chichen Itzá, pero es casa del Atlacomulco Power. En mayo de 2013 Peña Nieto dio un giro abismal en la relación bilateral: consolidó la narrativa que borraría del imaginario la guerra del narcotráfico, anunció que su gobierno decidiría cómo enfrentarlo, y bloqueó a la DEA. Obama no estuvo de acuerdo, pero aceptó. En el gobierno de Calderón, la DEA, la CIA y el FBI lograron una libertad histórica para operar en México. Un año después no está claro que se mantiene y qué se ha frenado en la cooperación antinarco. Lo que está a la vista es que las cosas han empeorado. Estalló Michoacán y en el régimen peñista hay más muertos que en la era Calderón. La cumbre de América del Norte no debería ser un espectáculo, una ciudad maquillada, una reunión de sonrisas y elogios. Los presidentes deberían revisar la alianza contra el narcotráfico acordada por Calderón y Bush, y refrendada por Obama. La alianza fracasó, como ha fracasado la guerra declarada en la era Nixon. Debería ser hora de tratar el tema como un problema de salud y avanzar en la legalización de la mariguana y otras sustancias. Podría ser posible, pero es improbable: hacerlo supondría pasar encima de los multimillonarios intereses de la industria militarista y de la monstruosa burocracia antidrogas estadounidense. La semana pasada el periodista Gregorio Jiménez se convirtió en un número más en la lista de periodistas asesinados en Veracruz. En Chalco, Estado de México, a una hora de Toluca, aparecieron cuatro hombres ejecutados. Esos cuerpos son parte de la guerra inexistente en en la narrativa oficial. Una guerra pactada en la Casa Blanca. En México, con o sin la DEA, el vendaval de muertos continúa. En Estados Unidos el consumo de drogas no disminuye. Y en unas horas Obama disfrutará de un free ride en beautiful Toluca. Enjoy, Mr. President.
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(Wilbert Torre / @WilbertTorre)