En alguno de esos momentos inexplicables de la historia humana, alguien inventó al cliente. Ya habíamos inventado el trabajo, el dinero, la política, los lunes. Con eso ya teníamos para poder entender la felicidad por la vía negativa. Pero no bastaba.
Hay algo de karma en ello, porque todos en algún momento somos el cliente. Cuando vamos a un restaurante. Cuando vamos al cine. Cuando viajamos en avión o nos hospedamos en un hotel. Cuando salimos de compras. Cuando compramos un auto. Pero por más exigentes que seamos, siempre seremos clientes amateur… Tenemos poco dinero, finalmente hemos decidido gastarlo en algo, y ahora debemos de ajustarnos a lo que hay, que siempre es más caro:
–Oiga, pero es que yo quiero el coche austero.
–No se va a poder. Si quieres austero, espérate tres meses a ver si nos llega. Mejor cómprate de una vez éste color moco fosforescente con luz neón bajo el chasis. Te verás más joven…
–¿Usted cree? –cuestionas con ilusión.
Somos clientes de chocolate.
No, aquí hablo de El Cliente. La corporación, persona, marca, o a veces tan sólo el ejecutivo en turno con el que tratamos… y que nos da de comer. El Cliente al que hay que consentir y a quien le hemos dado poder sobre nuestra vida. El Cliente que da sentido a nuestro futuro porque va a pagar la universidad de los chamacos.
El Cliente, sobre todo, es una idea abstracta. Todos hemos oído frases como: “Lo que El Cliente nos está pidiendo es…” “El Cliente está muy contento con…” Si es una persona con nombre y apellido, se le despoja por completo de su identidad. Si es un corporativo le dotamos de una personalidad que difícilmente tiene. Así, El Cliente es dios y El Licenciado su profeta. De su beneplácito depende la felicidad de todos tus compañeros de trabajo y de sus familias. El Cliente o El Licenciado dispone, decide, destina recursos o los reduce, cambia de decisión a cada rato, opina, te critica, te agarra de psicoterapeuta, de chofer, amenaza con irse a la competencia, se va a la competencia, hace ese tipo de cosas.
Una variante más misteriosa de El Cliente es La Gente. Otra abstracción que tratamos como si fuera persona: “Lo que La Gente está pidiendo es…” La Gente consume en masa, gasta su dinero en masa, se mueve en masa y al unísono baila La Macarena. Todos somos La Gente. Pero La Gente no se parece a ti, ni a mí. La Gente tiene gustos deplorables, costumbres primitivas, vota por una torta y tiene doble moral.
Los mercadólogos se pasan años conociendo a La Gente y han descubierto que La Gente adora: los infomerciales, hacer turismo en chancletas y mirar programas de televisión donde se denigra al individuo.
Entre El Cliente y La Gente se reparte el poder en el mundo. No hay mucho que hacer al respecto más que entrarle al juego de ser El Cliente máximo en la cadena alimenticia y ser todo lo Gente que podamos.
Los que tenemos la oportunidad de escribir y ser publicados, tenemos nuestro propio Cliente fantasmal, por el que nos desvelamos y obsesionamos aunque pretendamos ignorarlo con frases como: “Yo escribo únicamente para mí mismo”.
Es El Lector. Sí: tú. Hola.
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Felipe Soto Viterbo nació en la Ciudad de México. Es autor de las novelas El demonio de la simetría, Verloso, artista de la mentira y Conspiración de las cosas. Es profesor de periodismo y narrativa en la Ibero y en el Claustro de Sor Juana.
(FELIPE SOTO VITERBO)