Las calles de Manhattan huelen a basura los domingos en la noche. Es normal: la metrópoli cierra temprano la mayoría de sus comercios y los empleados sacan los desechos del día en espera de que, como diario, los camiones de desperdicios los recojan.
Servicios sin los cuales la capital del mundo se colapsaría. De hecho, la ciudad vive en un riesgo constante de colapso si fallara alguna de las piezas de la maquinaria.
Porque Nueva York termina por ser la ciudad más contemporánea del mundo. Sí, puede haber otras con mayor modernidad o historia, pero La Gran Manzana tiene ese apetito voraz de comunicación, cultura y poder que la sitúan en un sitio distinto.
Por ello, los temores de que las calles céntricas sean sometidas de nuevo a un ataque terrorista. Por eso, la vigilancia disimulada y la tolerancia al dispendio y al vicio para someter el robo y los intentos de desestabilización.
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Las calles de Nueva York huelen a mariguana un sábado en la noche. Ya sea Greenwich Village o Soho o cerca de Times Square, los jóvenes que van de fiesta fuman y se recrean sin que los policías les hagan mucho caso. Las tiendas y la seguridad en el viernes negro y secuelas son su prioridad. El dinero no escasea en la Quinta Avenida y, menos aún, en Broadway. Los teatros están llenos y las mercancías vuelan. Los descuentos antes de Navidad son gancho para turistas y nativos que, pese al frío, colman los espacios públicos en enjambre consumista prefin de año.
Y para consumir, la ciudad ha sido secuestrada por una cantante y una leyenda. Adele aparece en todos lados. Ídolo con mal photoshop, “HELLO” suena e invade las pantallas comerciales y las tiendas. Nueva York no tiene ya tiendas de discos, pero las pocas tienen a la intérprete inglesa en todo su renovado esplendor.
La leyenda estrena su capítulo en dos semanas. No hay tienda, espectacular, zona o cine que no espere ya el episodio siete de la Guerra de las Estrellas. Las jugueterías se encuentran repletas de figuras de acción, naves, disfraces y peluches de Star Wars. Aparadores y ediciones especiales de robots, pelucas con peinado a la princesa y Darth Vader como figura principal de una película donde, se supone, no participará… a menos que alguna sorpresa nos espere.
Nueva York huele a sorpresa durante el día. Todo parece regular y visto, predecible, pero sólo es una percepción equivocada de creer en la rutina, característica que no dicta para la ciudad más fotografiada del mundo.