Advertencia: mi apellido es de origen árabe y mi perro se llama Handalah —el símbolo de resistencia palestino—, pero no, no soy antisemita. Si lo fuese, no usaría Levi’s ni compraría boxers Calvin Klein ni sería fanático de Woody Allen. Mucho menos consideraría a Winona Ryder como mi amor platónico. Para mí, el pueblo judío ha sido más grande que sus penas y nadie tiene por qué perseguirlo. Luego entonces… Hay un libro, Palestina: historias que Dios jamás hubiera escrito, que casi es inconseguible. Lo sé porque Óscar Camacho y yo lo escribimos en 2011 y, desde entonces, hemos visto lo difícil que ha sido acomodarlo en las librerías mexicanas. En las del señor Slim, por ejemplo, un gerente dijo que, con Israel, su patrón no suele meterse en problemas. El libro contiene diez crónicas. Ahí está todo lo que vimos en nuestro viaje a Cisjordania. Hablamos con algunas muyahidas, mujeres palestinas que fueron arrestadas por forrarse de dinamita y querer estallarse en el corazón de Jerusalén. Vimos cómo el muro de 754 kilómetros, la última maravilla del mundo sionista, separa a los niños de sus escuelas, a los enfermos de sus médicos, a los campesinos de sus campos, a los obreros de sus trabajos, a los hijos de sus padres, a los hombres de sus mujeres, y a las mujeres de sus hombres. Vimos cómo a los palestinos se les impide entrar a la mezquita de Al Aqsa, algo así como si a los mexicanos se les prohibiera visitar la basílica de Guadalupe. En fin, vimos el extermino de un pueblo. Todo esto va a cuenta porque Israel es el país invitado a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y ha habido voces críticas. Entre ellas está la del escritor israelí David Grossman: “¿Qué se necesita para que haya paz entre nosotros y los palestinos? Yo creo que los palestinos deben tener su propio Estado independiente, libre y soberano, tienen el derecho. Les deseo de manera sencilla que tengan una vida normal, que no sean humillados como bloques, que no sientan la carga de la ocupación que yo considero; si yo estuviera en este tipo de ocupación, mi vida sería un tormento”. En Tel Aviv los judíos que conocí fueron extraordinarios, menos los militares que me topé en el aeropuerto y los que nos arrestaron por haber presenciado la paliza que le dieron al pueblo de Nabe Salih. Las encuestas de entonces decían que más del 80 por ciento de los judíos deseaban que su gobierno dejara de violentar a los palestinos, pero los ortodoxos, el ejército israelí y, por el lado palestino, los líderes de Hamas hacían valer su minoría con armamento y misiles. Es hora de que Palestina sea reconocida por la ONU y que alguien le ponga un alto a la política israelí de exterminio. Sé que la deuda con el pueblo judío es impagable, pero no por eso sus gobernantes deben repetir lo que sufrieron con Hitler. Los dos pueblos son hijos de Abraham. Los dos merecen la paz.
(ALEJANDRO ALMAZÁN / @alexxxalmazan)