El niño que va cargando una muy pesada mochila, amodorrado y chinguiñoso, decide que el apresurado camino hacia la escuela es el mejor momento para hablar con su padre de su vocación.
–Papá, ya sé qué quiero ser de grande.
El padre lamenta anticipadamente que falten tres minutos para que les cierren las puertas del colegio, y que vayan casi corriendo, porque espera escuchar por fin que su amado hijo ha escogido seguir sus pasos.
–Y bien, ¿qué has decidido? ¿Lo has pensado bien?
— Lo he pensado muy bien, papá.
–¿Y entonces?
–Lo qué pasa es que no sé qué estudiar para lograrlo.
–Bueno, hijo, para eso soy tu padre. Dímelo y yo sabré cómo ayudarte.
–Papá, de grande quiero ser amigo del presidente.
El padre se detiene en seco. Siente que no escuchó bien lo que su hijo acaba de decir.
–¿Lo que me quisiste decir, hijito, es que de grande quieres ser el presidente de México, verdad?
–No papá, para eso hay que ser estúpido, y no cumplo los requisitos. Yo quiero ser amigo del presidente. ¿Dónde estudio para eso?
–Hijo, no hay escuela para eso. Lo que debes hacer es estudiar una carrera y prepararte.
–¿Para acabar como el señor del taxi del otro día, que nos habló de su doctorado en economía?
–Nooo, para ser un buen ciudadano y aportarle algo a este país.
–Papáaaaa.
–¿Qué no querías ser futbolista?
–Sí, papá, pero como futbolista aunque ganas mucho dinero la cosa se acaba con la juventud, en cambio como amigo del presidente puedes ser incluso un viejo obsoleto y servil y ser nombrado senador o ministro. A veces nada más con que seas hermano o hermana del amigo del presidente ya la hiciste.
–¡Pero para eso no se estudia!
–¿Pero entonces qué se hace?
–Se hacen favores.
–¿Qué clase de favores?
–Todo tipo de favores.
–¿Pero cómo le haces para hacerle un favor a alguien?
–¡Tú no le quieres hacer un favor a nadie!
–Papá, respeta mi decisión, quiero ser amigo del presidente. Dijiste que me ibas a ayudar.
–Okey, okey… Ve a la escuela y hazte amigo del más bruto de tu salón.
–Eso no garantiza nada, papá.
–Eso garantiza todo. Si no llega a presidente, por lo menos será legislador.
–¿No hay otra opción?
–Mmmm… sí la hay. Deberás convertirte en galán de telenovelas y esperar a que México tenga una mujer presidente.
–¿Y eso para qué?
–Podrías convertirte en Primer esposo.
–¿Y para eso qué se estudia?
–¿Para ser actor de telenovela?
–Sí.
–No, pues para eso tampoco se estudia.
–¿Entonces para qué diablos me traes a la maldita escuela?
El padre guarda silencio unos instantes y responde sin titubeos.
–No lo sé, hijo, no lo sé.