‘Para leérselo a l@s chamak@s antes de ir a la escuela’

“Lo más terrible se aprende en seguida, lo hermoso nos cuesta la vida.”

Silvio Rodríguez.

Estas palabras no son para l@s niñ@s que se levantan deseosos de ir a la escuela y con ánimos de estudiar, si acaso es@s niñ@s existen. Estas palabras más bien van dirigidas a aquell@s que con los ojos aún pegados por las lagañas, malhumorad@s y adormecid@s se resignan al hecho inobjetable de que –por el momento– no hay de otra, de que mientras uno siga bajo el yugo tiránico-amoroso de papá y mamá no habrá nada que impida que esta mañana tengamos que ser arrastrad@s hacia la escuela a cuajarnos en el salón, mientras nuestra cama aún sigue calientita, y balones, muñecas y pokemones se aburren en nuestra ausencia.

¿Es un castigo divino por el simple hecho de ser niñ@s? ¿Es un acto de represión política para mantenernos a raya de las decisiones de los adultos? ¿Por qué tenemos que pasar nuestra infancia encerrados en una cárcel de medio tiempo con maestr@s que en ocasiones nada más te enseñan el cobre, memorizando fórmulas y nombres que jamás volveremos a mencionar en nuestra vida?

Muchas veces me pregunté lo mismo y no hallé respuestas. Además en la escuela todo es una contradicción perpetua: te pasas seis años estudiando en la primaria y cuando llegas a la secundaria te dicen que todo lo que viste en la primaria estaba mal; luego cuando llegas a la prepa te dicen lo mismo de la secundaria y así hasta llegar a los maestros del doctorado que en la primera clase te dicen: “olvídense de todo lo que vieron en la maestría”.

Las cosas más importantes que aprende uno en la vida se aprenden fuera de la escuela, pero tampoco debemos subestimar sus posibilidades pedagógicas. En la escuela uno aprende a distinguir a un maestro bueno de uno barco, a uno violento de uno ignorante en su materia. Aprendes a ver cómo se tejen las redes de poder incluso entre los más débiles. Aprendes a distinguir las clases sociales a pesar de ir uniformado. Aprendes a rebelarte ante los maestros y a luchar por tu punto de vista; a defenderte de los gandallas de siempre, de esos que abusan de l@s niños porque intuyen de alguna manera que deben vengarse por anticipado de tener una vida miserable.

En México el gobierno nos hace bulling, el crimen organizado nos hace bulling, la vida misma nos aplica un bulling cotidiano, casi doméstico. Así que podemos pensar que a la escuela vamos a prepararnos para sobrevivir a éste. Si alguien aprende algo de matemáticas o geografía ya será una ganancia adicional.

Alguna vez me quejaba con un adulto de la escuela, le decía que no me la pasaba bien, que para mí la escuela era un suplicio. Él en un ejercicio de honestidad se olvidó de ese discurso endulcorante del “es por tu bien” y esas cosas; me dijo que sabía de lo que hablaba, que tenía que aguantar, que tenía que mantener mi pasión por las cosas que amaba aunque en la escuela se esforzaran por extirparla. Si lograba resistir, había esperanza porque un día no habría escuela y podría finalmente hacer lo que yo quisiera. Pero cuidado, porque si el espíritu es débil y uno sucumbe a las reglas y a la grisura escolar, al terminar ese ciclo, cuando llegue la libertad prometida uno buscará un trabajo para el resto de sus días en el que lo hagan madrugar, y lo regañen (ahora sus jefes) por no hacer bien su “tarea”. Y entonces el adulto seguirá siendo un alumno eternamente y obvio, no habrá aprendido nada.

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(FERNANDO RIVERA CALDERÓN)