Como los pañuelos, como las botellas que antes eran de vidrio y ahora de plástico barato, las relaciones de pareja también se han vuelto desechables. O, al menos, cada vez hay más gente que las considera así; gente que a la menor debilidad del otro, ante el primer exabrupto o ante cualquier mala racha, huye despavorida; gente que a la pregunta: “¿Qué se necesita para que una relación funcione?” responde: “Que no se necesite nada.” Ya lo había vaticinado Zygmunt Bauman en su libro Amor líquido: en la posmodernidad los vínculos humanos están perdiendo estabilidad, calidez y son cada vez más transitorios.
Me pregunto si de tanto vivir en un mundo virtual, el universo del chat o de las redes sociales, hemos perdido tolerancia a la humanidad de los otros. Cada vez soportamos menos sus defectos y sus carencias, cada vez nos exasperan más los estados de ánimo, cada vez exigimos más desodorante. Las personas eligen pareja como seleccionan la fruta en el supermercado. Acostumbradas ya a las formas lisas, redondas, grandes, uniformes de la agricultura transgénica, olvidan que la fruta bio es pequeña, llena de imperfecciones, pero también más sana y más jugosa. Olvidamos que un culo o unas piernas pueden tornearse en cuestión de semanas, sobre todo si tienen una motivación, y luego volver a aflojarse, pues son organismos vivos y no objetos que se reparan, se remplazan o se tiran a la basura.
En este tipo de relaciones la prioridad es clara: pasarla bien. La diosa es la diversión, el compromiso el demonio. El otro no es una pareja sino un escort para ir al cine, a una boda, o a la cama. El código de comportamiento también es de lo más ambiguo. Las explicaciones, por ejemplo, constituyen una costumbre obsoleta, el diálogo un género en desuso. Así hayan pasado meses desde la primera cita, ni se te ocurra preguntar si él y tú son pareja o de quién son las medias que encontraste el otro día bajo su cama de soltero. Sería considerada una “impertinencia”, una falta de discreción y de respeto, un motivo válido para retirarte el habla por el resto de tus días. Yo, una anticuada confesa, me pregunto ¿qué puede crecer, no digamos madurar, en un ambiente como ese? Usar a la gente como se usa un departamento de alquiler no puede conducir a nada bueno. La forma de cortar de esta nueva tendencia es bastante coherente con sus prácticas: un día se aburren de ti y, fastidiados, deciden cambiar la página de un dedazo, como se hace en el Tinder. Sustituyen la pareja “deficiente” por otra igual de transitoria que la anterior, una relación “nueva” en la que no cambiará nada excepto, quizás, el envoltorio.