Escribí mi primera columna en 1997. Desde entonces pergeñé algo así como un millar. He abordado asuntos espinosos en no pocas ocasiones: la guerra de Irak del imbécil de Bush y la de las drogas del no más espabilado de Calderón. También mundiales de futbol, elecciones, reformas políticas. Pues bien: los dos casos en que mis textos han levantado más pasiones y provocado que se alcen huestes de airados detractores no tienen nada que ver con estos ejemplos trascendentes. Se trata de temas que a primera vista no deberían provocar tantos incendios: Star Wars y Uber.
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Lo de Star Wars sucedió en 1999, cuando se estrenó Episodio 1, que debe ser una de las peores películas que he visto. Publiqué una reseña desfavorable y me enzarcé en una discusión con un fanático que, ante mis reparos de toda clase, incluso a la sagrada “trilogía original”, terminó por perder los estribos y espetarme una frase que jamás he podido olvidar: “Es que con criterios como esos cosificas a Chewbacca”. Chewbacca, para quien no lo recuerde, es una botarga de peluche de dos metros de altura cuyo papel en las películas se limita a emitir gruñidos en momentos jocosos o de peligro. Si alguien tiene la culpa de haberlo cosificado es su creador, no yo.
Lo de Uber es aún más misterioso. Se me ha ocurrido comentar en redes sociales que me asombra que exista tanta preocupación por el futuro de una empresa privada de transporte de lujo, cuando la movi- lidad de las principales ciudades del país está colapsada y la moderni- zación del transporte público es un tema ausente en el medio político (el funcionario municipal promedio aspira a que se le recuerde como un constructor de pasos a desnivel). La reacción ha sido la equivalente a la que se produce cuando uno le pega un balonazo a un panal. No se me acusa todavía de cosificar a Uber, pero sí de “populachero”, “demagogo” y hasta de vendido a los taxistas. Pues bien, resulta que Uber no colma mis ideas sobre el transporte perfecto, porque no creo que un nuevo ejército de vehículos en las calles, por más cómodos y con Spotify que sean, resuelva nada: si seguimos inundándonos de automotores y sosteniendo nuestros índices de contaminación actuales, comenzaremos a mutar y nos saldrán rueditas.
Pero al margen de mi opinión, lo que importa resaltar acá es que decenas, por no decir cientos de personas, han intentado evangelizarme sobre las ventajas de Uber. El colmo fue una señora que, perdonavidas, me soltó: “Lo que no entiendes es que Uber es la mejor forma de transporte porque solamente necesitas una tarjeta de crédito, un smartphone y un poco de buen gusto para subirte a uno”. Y alcanzó a escribir la palabra “naco” justo antes de que la bloqueara.
Tanta pasión ya ni los Testigos de Jehová.
(Antonio Ortuño)